La muchacha era muy distraída. A veces parecía ser inocente y hasta ingenua. Era muy callada y siempre quería pasar desapercibida. Era alta y espigada, y no le gustaba que los hombres la miraran. Por eso no se maquillaba ni se vestía bien; sólo usaba una falda y una chompa. Tenía la manía de morderse las uñas y ni siquiera sabía bailar. Adoraba la lectura, y casi siempre traía un libro bajo el brazo. Así era Augusta la Torre.
“Sonia,” su amiga, guardaba aquellos recuerdos de ella. La conoció de niña, cuando ambas estudiaban en el colegio ‘Maria Auxiliadora’ de Huanta, Ayacucho. Se hicieron muy amigas cuando Augusta se casó, en 1964, a sus dieciocho años. Desde entonces, la vería en contadas ocasiones, ya que Augusta andaba muy ocupada, primero viajando a China, y luego, con sus charlas y demás actividades políticas en las provincias andinas. En todos esos años, Sonia no tuvo muchas oportunidades de charlar con ella; pero en 1979, decidió contactar a Augusta. Ambas acordaron verse en una transitada calle de Huamanga.
Para entonces, “Sonia” ya estaba casada y tenía hijos. Gozaba de una vida acomodada, con una casa, un auto, y una mucama. Augusta, por el contrario, llevaba una vida a la deriva, y en la clandestinidad.
Y llegado el día, Sonia se encontró con su amiga. Al verla después de tantos años, Sonia se quedó sorprendida. Augusta no había cambiado en nada. Tenía la misma apariencia ingenua y desaliñada. Vestía una falda y una chompa. La misma cara lavada y las mismas uñas mordidas. Augusta había decidido no tener hijos pues, inspirada en la Revolución China, abocaba sus energías al activismo, a la concientización de las masas, y a la futura instauración de la “República Popular del Perú.”
Al ser entrevistada por la antropóloga Robin Kirk, “Sonia” confesó que nunca creyó todo lo que se diría después sobre Augusta. Sí, Augusta podía ser firme a veces, pero le costaba aceptar que esa joven dócil y un tanto “torpe” pudo cometer las atrocidades que le atribuyeron. “Conocí a Augusta, pero nunca conocí a la mujer que se hacía llamar Camarada Norah,” dijo con resignación. Aquella tarde, Sonia y Augusta se despidieron entre lágrimas y prometieron mantenerse en contacto. Nunca más la volvió a ver.
En 1979, Augusta hacía los últimos preparativos para el ILA (Inicio de la lucha armada). El “Partido-Comunista del Perú-Sendero Luminoso” había pasado por un proceso de depuración. Deshaciéndose de los militantes pusilánimes y “de poca fé,” sólo habían quedado alrededor de 40 miembros (la mayoría mujeres).
Sendero parecía un partido ínfimo, casi inexistente. Pero el académico Antonio Zapata confirma que era todo lo contrario. Desde 1968, Augusta había viajado por varias regiones del país, desplegando un volcánico fervor proselitista. Visitó barriadas, pueblos jóvenes, escuelas, mercados, asentamientos humanos, aldeas, fábricas, ollas comunes, haciendas, comunidades campesinas, universidades, pueblos mineros, y las regiones más recónditas para compenetrarse con la gente mas necesitada del país. Fue así que múltiples organizaciones, aparentemente independientes, estaban muy enraizadas por Sendero: el FER, Frente de Estudiantes Revolucionarios, el MFP, Movimiento Femenino Popular, el MJP, Movimiento Juvenil Popular, el MOTC, Movimiento de Obreros y Trabajadores Clasistas, el MCP, Movimiento de Campesinos Pobres, el SOPO, Organismo Socorro Popular, y las secciones femeninas de las decenas de federaciones de obreros y campesinos de las regiones del Centro y del Sur del Perú.

En aquel Perú corrompido, reaccionario, racista, y misógino, las organizaciones fundadas por Augusta parecían de otro planeta. En sus comitivas, las mujeres no eran humilladas “como asistentas o personal logístico” sino que, conscientes del potencial femenino, todas eran llamadas a ser “dirigentes” y gozaban de “agencia y autonomía.” Mujeres indígenas, afro-peruanas, costeñas, quechua-hablantes y bilingües se reunían para escuchar a Augusta, quien les explicaba cómo las mujeres podían “transformar la sociedad.” Jóvenes universitarias, campesinas, madres solteras, obreras, trabajadoras del mercado y amas de casa conversaban sobre sus problemas y se apoyaban mutuamente. Augusta también animaba a las mujeres quechua-hablantes, campesinas y afro-peruanas a dirigirse al grupo y revelar sus experiencias. Aprendían a revalorarse como mujeres, y repetían una frase de Lenin:
‘La experiencia de todos los movimientos liberadores confirma que el éxito de la revolución depende del grado en que participen las mujeres’
¿Cómo fue que esta “salvaje terrorista” y líder de aquella “sanguinaria organización” logró la unidad que ningún otro partido tuvo? No fue sólo su carisma, sino también la convicción con la que se dirigía a las mujeres. Augusta las convenció de que todas sus tragedias tenían el mismo orígen: habían perdido la batalla de la conciencia. Las mujeres habían aceptado las viles mentiras y los roles impuestos por las élites, incitándolas a desvalorarse, e internalizando mitos que menoscababan sus virtudes. Como la mentira aquella de la naturaleza femenina: un rol “eterno e inmutable,” el cual reforzaba los intereses capitalistas y patriarcales, y sus opresivas relaciones de producción. Augusta las incentivó a desbaratar esas mentiras, y estimuló su conciencia crítica, desatando ante ellas un sinfín de posibilidades. Les aseguró que la mujer que carecía de conciencia de clase había perdido el alma y era incapaz de sentir, insensible a las injusticias y a las pulsiones de la “lucha popular.” Sólo con una conciencia de clase, y la militancia en el Partido, la mujer podía alcanzar la salvación. Recuperarían la lucidez para redescubrirse a sí mismas, como mujeres útiles para la revolución. Su poder de convencimiento era tal que muchos analistas sostienen que, para “lavar el cerebro,” Augusta era más eficiente que su esposo, el Dr. Champú.
Aún persiste el mito de que para producir un cambio social se requiere de un movimiento popular masivo. Nada puede ser mas falaz. El politicólogo Clarence Stone asegura que los movimientos populares masivos son breves, inestables y frágiles. En realidad, los “grupos pequeños y cohesionados” son más eficientes, coordinados y desatan un titánico poderío. De la manera mas macabra, las organizaciones formadas por Augusta corroboran esta hipótesis. El inicio de la Lucha Armada, impulsada por un ínfimo número de militantes, desató un cataclismo. Una implacable ola de violencia.
‘El Mismo Lobo con Diferente Piel de Oveja’
Sendero Luminoso detestaba al General Velasco. A su entender, la Revolución Velasquista venía a ser lo mismo que la “Independencia del Perú:” una farsa o una comedia teatral. Según Antonio Zapata, Sendero creía que lo que Velasco instauró, a través de su Reforma Agraria, fue únicamente un “capitalismo burocrático corporativo.” Es decir, una reorganizacion de la población en cooperativas aparentemente “justas y equitativas,” pero que en el fondo entronizaba al capitalismo y al Estado dictatorial.
La Reforma Agraria fue una reforma “cosmética,” ya que las raíces de la inequidad quedaron intactas. Augusta, lectora voraz e impetuosa analista, la comparó con el Fascismo Italiano de la década de los treinta. ¿Qué había pasado en Italia? Los burgueses Italianos, aterrados por la furia popular y las rebeliones marxistas, financiaron el surgimiento del Fascismo. Con el fascismo, el pueblo se distraía proclamando el populismo, el ultranacionalismo, y “el culto a la unidad y la soberanía popular,” mientras el Estado ejercía una silente represión. Detrás de los cantos en quechua, gritos de “Viva el Perú,” y de los huaynos y danzas autóctonas, el auténtico objetivo era mantener el status quo: las élites explotadoras, el estado dictatorial y el capitalismo corruptor quedaron intactos.

Sendero argumentó que el “teatro” armado por Velasco no podía ser una revolución. La Revolución nunca se ejercía desde arriba hacia abajo (rebusteciendo así al Estado despótico), sino desde abajo hacia arriba, pues sólo bajo esa dinámica se empoderaba a las masas. Siguiendo los dictados de J.C Mariátegui, el pueblo debía desatender lo que un gobernante decía y enfocarse solamente en su agenda económica, pues aquella revelaba sus verdaderas intenciones. Por ello, Sendero pronosticó que la dictadura Velasquista perjudicaría más al pueblo.
Si funcionó para Mussolini, funcionó para Velasco. Velasco salvó a los terratenientes de un linchamiento y “no se derramó sangre.” Pero la faústica predicción senderista se cumplió en un aspecto: la sangre derramada fue la del pueblo.
El 20 de Junio de 1969, cuando Velasco restringió la gratuidad de la enseñanza, los sinchis asesinaron a 20 manifestantes en Huanta, entre ellos, a una anciana campesina. (Otros testigos aseguran que en la posterior represión se asesinaron a 80 personas más). En ese día, la estudiante ayacuchana Zenaida Góngora vió morir en sus brazos a un adolescente herido de bala. Se pasó la tarde socorriendo a otros heridos.
Esa noche, Zenaida recibió una inesperada visita en su hogar. Allí, afuera de su puerta, estaba Augusta la Torre. “Escuché que estuviste ayudando a los heridos,” le dijo Augusta, entregándole un dinero. “No es mucho, pero úsalo para lo que necesites.” Dicho esto, Augusta se marchó rápidamente.
Al día siguiente, los sinchis de Velasco arrestaron a una “agitadora” en las calles de Huanta. Sus delitos: consolar a los familiares de las víctimas de la masacre, y haber participado en las protestas. Augusta fue llevada a prisión, donde además de ser golpeada, recibió maltrato psicológico. Días después fue puesta en libertad.
Burlándose del Campesino y de la Revolución
La Reforma Agraria fue exitosa en el ámbito cultural. Pero ese pequeño triunfo se vió disminuido por el racismo y el clasismo, y nunca modificó a la médula de las injusticias. En el ámbito económico, las grandes haciendas fueron expropiadas y transferidas a las cooperativas. Sin embargo, otras haciendas tuvieron la audacia de engatusar a los campesinos. Es el caso de la Hacienda San Germán de Ayrabamba.
César Parodi, hijo de Eloida de Parodi, se había hecho cargo de la Hacienda. El antropólogo Johnny Buitrón comenta que la Hacienda seguía produciendo altas cantidades de azúcar y aguardiente, pero Parodi ni siquiera pagaba impuestos al Estado. Realizaba sus ventas por contrabando, y al recibir a algún inspector, lo sobornaba con dinero y cenas, e inclusive escondía sus sacos de azúcar antes de las inspecciones.
En Ayrabamba, la Reforma Agraria sí que fue una payasada. Filomeno Soto, peón de la Hacienda, declaró que “el dueño engañó a los campesinos para que no lo despojaran de su propiedad, diciendo que a partir de ahora esta hacienda es tanto de mí como ustedes, por lo tanto ustedes como propietarios tienen que trabajar.” “Para ello nombraron a dos representantes de los hacendados y un dirigente campesino…lo cual era mentira, sólo una jugada para no perder las tierras.”
Un mayordomo de la hacienda secundó aquel testimonio. Parodi había aleccionado a los campesinos para que dijeran “todos somos propietarios.” Inclusive falsificó un documento, y sobornó a algunos dirigentes para que lo firmaran, en caso “los inspectores de la Reforma vinieran desde Lima a verificar.” Durante la Reforma les entregó un mínimo dinero por unos meses. “Al final dijeron que ya no sale a cuenta” y dejaron de pagarles.
Al apropiarse nuevamente de la Hacienda, Parodi invadió más tierras aledañas en el cerro “Qachqarumi, Lucmarumi….hasta el cerro Hueccocho.” Los campesinos le suplicaban a Parodi para que éste les entregara herramientas para trabajar. Parodi se burlaba de ellos, diciendo, “ustedes son ahora propietarios y tienen que comprárselas.”
César Parodi también era abusivo con las mujeres. En una ocasión, la cabra de la sobrina de un peón se escabulló en la hacienda y se comió el trigo del almacén. El enfurecido Parodi insultó a la muchacha y la agarró a patadas. La jovencita se quedó cojeando y con las piernas amoreteadas. Además, Parodi detestaba al ganado de los campesinos, pues se quejaba de que venían a comer de sus hierbas. Y aquí entra a tallar su crueldad con los animales. Todo becerro, cabrito, o vaca del campesinado que bajaba a sus tierras era molido a palazos por los capataces. “Eran las órdenes del patrón.”
En plena Reforma Agraria, Parodi continuó con el despotismo gamonalista. Y su visión del campesino era la misma que el antropólogo Luis Guillermo Lumbreras recopiló con precisión:
‘
El indio era como un niño, había que enseñarle y azotarle públicamente… Además no tenía propiedad porque el indio nunca tuvo propiedad; era por naturaleza un ladrón, y un potencial asesino’
Parodi contribuyó a la degradación del campesino. Como lo cuenta el peón Melchor Canchari, César Parodi invitaba a cenar a policías y funcionarios, y les servía potajes, carne, pollo y queso, pero a sus peones diariamente sólo les daba aguardiente, cigarros, licor, y hojas de coca. Con esto contribuía a la enajenación del campesino, facilitando su adicción al licor. Y la falta de escuelas y el analfabetismo, debido a la indiferencia del Estado, no era algo que lamentar sino celebrar. A Parodi, como a todos los terratenientes, no le importaban las escuelas, por que la “educación era muy perjudicial para las haciendas.” Para los hacendados, “cuanto más analfabetos eran los campesinos, mejor era la explotación.”
También corrieron rumores, no confirmados, que César Parodi había violado a una jóven campesina. El escritor y preso político Walter Vargas recopiló dicho material. Sus relatos se leen como un testimonio de los abusos cometidos en las comunidades andinas.
Levantamiento de Cosechas
La quema de ánforas electores en Chuschi, en Mayo de 1980, fue un error logístico. El plan oficial de Sendero Luminoso había sido desatar el ILA en el Valle del Pampas, distrito de Concepción.
Según el antropólogo Orin Starn, el Valle del Pampas era foco de la extrema miseria y los niños se morían de desnutrición y nimias enfermedades. Augusta solía visitar esas comunidades desde muy niña. Y el haber presenciado tantas injusticias la marcó de por vida. Delia Carrasco de la Torre, su madre, cuenta que un día la pequeña Augusta encontró a una familia indigente con una bebé que desfallecía del hambre. Presa de la ansiedad, Augusta volvió a su casa y se llevó una botella de leche de cabra para alimentar a la niña.

A diferencia de sus amigas que, como Sonia, provenían de familias privilegiadas, Augusta eligió una vida de catacumbas. Durante más de una década, Augusta se la pasó viajando sola en la parte trasera de los camiones de carga, rodeada de “gallinas, cabras, cajas de frutas y sacos de cemento,” y surcando trechos agrestes para llegar a las aldeas más recónditas. Viviendo en la clandestinidad, siempre disfrazada, visitaba las casas de esteras y de cartón para apoyar a las mujeres más golpeadas por la vida. Y es que Augusta poseía una agudísima sensibilidad social que, más que una virtud, parecía un perpetuo tormento. Sufría de una crónica depresión, se emocionaba con frecuencia, y lloraba esporádicamente. A menudo hablaba sobre las injusticias que presenció en el Valle del Pampas cuando era niña. Esas experiencias, al parecer, la predestinaron para un retorno violento y definitivo. En Abril de 1980, concluída la instrucción de “guerrilleros” senderistas en Chaclacayo, Augusta partió hacia el Valle del Pampas.
En la mañana del 9 de Julio, en la comunidad de Chacari, un joven Limeño convocó a varios campesinos a una reunión. Al mediodía, ya todos congregados, el joven proclamó que había llegado la hora del “levantamiento de cosechas” (término que aludía a la acción armada de Mao Zedong en 1927). El Partido “descargaría el peso de la acción reivindicadora armada contra gamonales de nuevo y viejo cuño.” A esa hora, otros senderistas realizaban el mismo discurso en comunidades aledañas. Acordado el punto de encuentro, invitaron a los campesinos a unírseles en su lucha al día siguiente.
Los académicos Jaymie P. Heilman y Orin Starn proveen una detallada descripción del ataque.
El 10 de Julio, a poco de amanecer, alrededor de ochenta campesinos, liderados por quince senderistas, se dirigieron a la Hacienda de Ayrabamba. Los senderistas cargaban dos rifles, dos revólveres y dinamita. Los campesinos portaban huaracas, palos y piedras.
Entraron sigilosamente a la Hacienda y colocaron la dinamita en el molino de caña.
César Parodi aún dormía en su habitación, en el segundo piso. Al escuchar el sonido de una explosión, se levantó y llamó a Carlos, su sobrino, quien dormía junto a su esposa e hijos en el primer piso. No obtuvo respuesta. César Parodi oyó una voz amenazante en el pasillo: “¡Abra la puerta!.” Parodi desobedeció aquella órden, y los senderistas comenzaron a golpear la cerradura de su puerta, para derribarla. Usando una vieja escalera, Parodi escapó rápidamente por la ventana. Al romper la cerradura, los senderistas ya no lo encontraron adentro. (Aquello los enfureció; el camarada que conocía la Hacienda no les previno de que dicha habitación tenía ventana).
En el primer piso, ocho senderistas irrumpieron en el cuarto de Carlos Parodi. Dispararon dos veces al techo, lo cual asustó a uno de sus niños, apenas un bebé. Ataron de brazos y piernas a Carlos Parodi y a su mujer. Mientras insultaban a Parodi, el bebé no paraba de llorar. Un senderista le alcanzó un biberón y el niño se calmó.
Los senderistas golpearon a Carlos Parodi. Al vaciar los roperos, hallaron una bolsa con dinero. Continuaron revisando los cajones, mientras amedrentaban a Parodi. En eso, la camarada Norah ingresó raudamente a la habitación. (En los testimonios se la describe como una “gringa” de “ojos verdes.”) Los senderistas le hicieron una venia y le informaron del hallazgo del dinero. Al recibir la bolsa con dinero, Norah se la colocó sobre el cuello y salió de la casa. Afuera, les preguntó a los campesinos, en español y quechua, cuanto dinero les debía César Parodi, y fue repartiendo el dinero. Sacaron a Carlos Parodi a la bagacera (patio donde se secaba la caña) e iniciaron el “juicio popular.”
La camarada Norah pronunció un discurso, aludiendo al “levantamiento de cosechas.” Luego de ser esclavizados por varios siglos, los campesinos “ejercerían su supremo derecho a rebelarse.” Enseguida invitó a los espectadores a efectuar la “asamblea popular” y “denunciar los agravios recibidos” por el gamonal César Parodi.
Con el “juicio” o “asamblea popular,” los senderistas recreaban una escena de la Revolución cultural China de 1966. Los Guardias Rojos de Mao, jóvenes universitarios, realizaron un proceso de “purificación social,” y sancionaron a todos los “agentes contaminantes” (capitalistas, terratenientes, burgueses, etc). Por medio de golpes, los procesados (atados y de rodillas) eran obligados a confesar sus “crímenes” ante el pueblo. A veces los espectadores o los mismos Guardias Rojos decidían si el acusado merecía morir. Catorce años después, en los andes Peruanos, los senderistas intentaron emular esa escena con un confundido Carlos Parodi. Este se quedó en silencio, aturdido.
Rodeados por alrededor de ochenta campesinos, los senderistas enumeraron todos los crímenes que César Parodi cometió en contra del pueblo. Luego de describir cada “crímen,” azotaban a Carlos Parodi, lo cual provocaba el regocijo y el aplauso de la multitud. Otros campesinos expresaron sus quejas y los azotes continuaron. Al expresar los últimos agravios, colocaron un cuchillo sobre el cuello del acusado. Algunos pidieron que se le asesinara de una vez, pero la camarada Norah intervino. Le ordenó a su camarada que se detuviera, y que se llevara al acusado adentro.

Hacienda de Ayrabamba, en la actualidad
Una campesina se acercó a la camarada Norah. “Señorita, señorita..” Le contó que su esposo había trabajado para los Parodi por tres meses sin recibir pago alguno. “¿Puede ayudarme, señorita?,” le suplicó. Al haber repartido todo el dinero de los Parodi, la camarada Norah decidió entonces saquear la bodega de la Hacienda. Según Starn, la líder senderista llamó a dos de sus camaradas, organizó a los campesinos en tres filas, y dirigió al grupo hacia la bodega. Al ingresar allí, le ordenó a sus camaradas a repartir la ropa, zapatos, sandalias, medicinas, toallas y galletas de los mostradores. (Uno de esos camaradas era Herbert Llamojha, hijo del activista Manuel Llamojha Mitma. Otros aseguran que Herbert era sólo un espectador.) Apenas iniciado el reparto, los entusiasmados campesinos rompieron filas y vaciaron la bodega. Tiempo después, mientras los “campesinos saboreaban las galletas,” Norah le ordenó a un camarada a continuar con el plan. Aquel le ordenó a la multitud a que regresaran a Concepción, y que se congregaran en la Plaza Central.
Media hora después, en la Plaza de Concepción, los senderistas anunciaron que habían “roto las barreras impuestas sobre los pobres” y que se “prepararan para una pronta repartición de tierras.” En medio de la ovación, también enviaron una amenaza a Grimaldo Castillo. Si seguía traicionando al pueblo con su alianza con los Parodi, sería ajusticiado por el Partido.
Entretanto, los senderistas que permanecieron en la Hacienda trasladaron a Carlos Parodi y a su mujer al almacén. Luego de atarlos con una soga, les dieron un ultimátum: “Tú y tu tío tienen cuarenta y ocho horas para abandonar esta hacienda.” Era ya pasado el mediodía. Una hora después, el odiado César Parodi retornó a la Hacienda con una patrulla de la Guardia Civil. Pero los senderistas ya se habían marchado.
Dos años después, tanto Grimaldo Castillo como Herbert Llamojha serían aniquilados por Sendero y por el Ejército respectivamente.
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Sendero profesaba que el pueblo tenía que ser partícipe de la violencia, la cual era el privilegio único del estado. La violencia era ineludible para luchar contra el estado opresor, y sin ella, “no podría haber una auténtica transformación social.”
El ataque a la Hacienda de Ayrabamba, a través de la metáfora, presenta una visión profética. Aún si creyésemos a ciegas la falacia senderista de la “justicia popular,” la “misión liberadora” fue incongruente desde un inicio. César Parodi, culpable de los abusos y a quien Sendero quiso ajusticiar, escapó ileso. En su lugar, Sendero castigó a su sobrino Carlos Parodi, quien, según las inferencias de Walter Vargas, era un hombre decente. Por ello, este primer ataque senderista cargaba el gérmen de los ataques futuros, y encapsulaba toda la atrocidad de “la guerra popular”: la gente inocente pagaría por los crímenes de los culpables. La camarada Norah quizás vislumbró esto y le perdonó la vida a Carlos Parodi. Pero si alguna vez guardó reparos, aquellos se esfumaron al “ajusticiar” a Benigno Medina, gamonal de la Hacienda de Ayzarca, en Pujas, Ayacucho, en Diciembre de ese año.
Benigno Medina, quien mandó asesinar a tres comuneros de Pujas, desdeñó las amenazas hechas por Sendero. A Medina le gustaba corromper a las mujeres del pueblo (ofensa imperdonable para el Partido co-fundado por Norah.) La CVR confirma que Medina no sólo se acostaba con varias mujeres, sino que sobornaba a sus maridos con botellas de aguardiente: “Los hombres cambiaban a sus mujeres por trago.” La dignidad familiar ya no existía. La furia de la camarada Norah fue implacable.
Al tomar la Hacienda de Ayzarca, Norah decidió escarmentar a Medina por haber corrompido a la mujer andina. Antes de que “ajusticiaran” a Medina, Norah ordenó que le cercenaran los genitales y la lengua. En esta acción, la castración masculina confluyó con la eliminación de la violencia gamonalista, tanto en la esfera política como en la de género.
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“Porque también cuando estábamos con vosotros, os ordenábamos esto: Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma.”-2 Tesalonicenses 3:10
A diferencia de las democracias, en donde la justicia se obtiene reformando el estado, o los mecanismos de gobierno o las oportunidades económicas del pueblo, para el Marxismo-Leninismo-Maoismo todo giraba en torno a la lucha de clases.
Sendero rechazaba las abstracciones. En todo gobierno la culpabilidad no reside específicamente en las personas sino en el sistema político. Sendero opinaba lo contrario: la culpabilidad recaía en las personas, y el progreso sólo era posible a través del aniquilamiento selectivo de ciudadanos, llamados “agentes contra-revolucionarios.” Por ello su discurso estigmatizó a gente de todas las clases sociales y fomentó las divisiones y el odio. El precio de su rebelión: casi setenta mil inocentes.

Velorio del estudiante Luis Sulca, asesinado por SL en Vilcashuamán, Ayacucho, 1986
Existen actitudes, formas de pensar y actuar que tienen el hálito del suicidio.
El fanatismo es un rasgo distintivo del comunismo. A su vez, el capitalismo también esta plagado de fanatismos. Como lo explicó el académico Kenneth Jowitt, la mayor aspiración de un comunista era morir por el Partido, creyendo fervorosamente que, sin el Comunismo, “no habría salvación para la humanidad.” Esta visión nació como una contraposición ante la rígida ética protestante y la intransigencia del capitalismo.
Los comunistas intentaron desplegar la misma rigidez que sus enemigos exhibían. Detestaban las ambivalencias, pues lo consideraban un signo de debilidad. En su opinión, la burguesía y las élites siempre fueron eficientes en expandir la semilla de la duda y las ambivalencias sobre las masas. Ambas eran tentaciones que todo comunista debía rechazar. Véase que los capitalistas jamás cayeron en ambivalencias y profesaban un radicalismo que fue cruel ante la agonía del pueblo, y por el cual perpetraron tantas injusticias. En suma, según la opinión de Jowitt, el comunismo era una religión de fanáticos que luchaban en contra de esa otra religión de “egoísmo fanático, materialista y mundano” llamado capitalismo.
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En los últimos años las fricciones entre Guzmán y Augusta se agravaron. Los desacuerdos y las discusiones eran constantes. Desde que los comités y otros líderes senderistas tomaron las riendas del Partido se cometieron crasos errores. La camarada Norah se mortificó al enterarse de las masacres inútiles que el partido provocó. Ella no inició la guerra para que asesinaran a las campesinas que, por más de una década de arduo trabajo social, intentó proteger. Fue por eso que, “antes de levantar la mano contra el Partido,” y con el añadido de una infidelidad marital y rumores de una futura traición, decidió suicidarse, en Noviembre de 1988.
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Si en los pueblos andinos hubiera existido justicia, Sendero nunca habría pasado de ser una anécdota, y no acabar siendo nuestra más lacerante herida después de la Guerra del Pacífico. (La Guerra del Pacífico fue provocada por el Imperialismo Inglés, y la guerra interna acaecida un siglo después buscó liberarnos del Imperialismo Norteamericano).
Algunos estigmatizan a las comunidades andinas, acusándolas de un “resentimiento” que los precipitó hacia las vías de la violencia. Al estigmatizarlos, se distancian del análisis sobrio, al ignorar la violencia estructural que existía, y cuyo único fin era destruir la razón y la dignidad del campesino. Los gamonales sabían qué tan degradante era su sistema feudal. Y al asegurar que “los indios eran por naturaleza ladrones y potenciales asesinos” realizaban una proyección Freudiana para rehuír de su responsabilidad en la explotación indígena. En otras palabras, se estaban describiendo a sí mismos.
¿Quiénes son los criminales? ¿Los hombres o los sistemas de gobierno que los corrompen? Para entender el surgimiento de Sendero Luminoso es indispensable conocer la miseria que la estimuló: la violencia estatal y la pobreza, que por ser tan silenciosa fue mas atroz. ¿Y por qué SL fue tan influyente? Entre otros factores, porque fue un escape de la atroz realidad que vivieron y que aún viven múltiples sectores de la población.
Nuestra cultura mediática nos insensibilizó, al imponernos una visión embustera de la realidad. Con su indiferencia ante la agonía popular, fueron perpetuando una apología al terrorismo de estado y a su violencia estructural. Doscientos años como nación, y qué poco sabemos de los abusos en contra de la población, pero sí sabemos, y con lujo de detalles, sobre el “genocidio” que SL ejerció por una década.
El surgimiento de SL fue una tragedia y su memoria es naturalmente estigmatizada. Sin embargo, bajo esa saludable estigmatización, se esconde también el discurso hegemónico, aquel que invisibiliza el sufrimiento de los más desamparados. Aquel discurso se ha normalizado, y el mayor peligro es aquel que no se percibe. ¿Cuántos males se mantienen invisibles por que aún vivimos en ellos? ¿Cuántos fanatismos llevamos por dentro? Imposible saberlo. Pero la perspectiva histórica nos revela claramente la violencia del discurso hegemónico del siglo pasado: El aceptar pasivamente que los niños andinos se murieran de hambre, y que los campesinos languidecieran en la impotencia. He allí el radicalismo letal: el terrorismo hegemónico, que aún sigue destruyendo almas y conciencias. Y es que en un estado autoritario, las peores atrocidades se normalizan y las conciencias se envilecen. En el Perú, este proceso continúa imparable y se ha acelerado.
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En el 2014, los campesinos de Ayrabamba se volvieron a organizar. Alexis Parodi, pariente del gamonal César Parodi, vendió las tierras de Ayrabamba a la compañía constructora J.J. Camet. Los campesinos se inquietaron al divisar a varios camiones transportando cemento y vigas para erigir un cerco. Los comuneros presentaron una solicitud ante el gobierno para oponerse a la invasión de sus tierras. La Oficina de Catastro y Formalización Rural rechazó la solicitud declarándola imprecedente.
Durante la Reforma Agraria, César Parodi engañó a los campesinos, haciéndoles creer que eran propietarios. En realidad, los dejó de lado. Los hijos de Parodi actualmente tramitan la venta de las tierras restantes. Los campesinos ya fueron advertidos que serán desalojados en unos años.
En una reunión de campesinos, el comunero Jesús Pizarro acotó: “Hemos sufrido duro. Siempre hemos mantenido esta tierra y nunca la hemos abandonado. Nunca tuvimos nada, y ahora las autoridades nos quieren desalojar y nos resondran: ¡Esta es tierra privada!”
Las campesinas ancianas también se lamentan: “Siempre he vivido aquí, ya no tenemos fuerzas para movernos. ¿A donde podríamos ir?” Otra anciana quebró en llanto: “Los alcaldes nunca nos han ayudado. Por eso vivimos como desterrados en nuestra tierra que dicen que es privada. Vivimos muy desamparados, como si no tuviésemos padre ni madre.”𝔖
Photos: Courtesy of Walter and Baldomero Alejos
