Aunque venía de buena familia, el muchacho era muy agresivo y rebelde. Sus compañeros en el colegio Goldfinch and Blum lo consideraban un excéntrico. Por eso prefería pasar el tiempo leyendo en lugar de discutir con gente que no lo entendía. Aunque pronto conoció a un compañero con quien congenió de maravilla: Alfonso Ugarte Vernal. Ambos se hicieron íntimos amigos.
Eran un par de ‘locos.’ Dos estudiantes excéntricos, impulsivos, apasionados, y dispuestos a entregar todo por las causas que valían la pena. Décadas después ambos le harían honor a su fama. Su amigo Alfonso despilfarraría toda su fortuna para defender una “causa perdida” y moriría en el morro de Arica. Guillermo Billinghurst Angulo, por su parte, intentaría obstinadamente salvar al Perú de una guerra innecesaria.
Iquique, Perú: 1868
Guillermo Billinghust Angulo nació en Arica, Perú, en 1851. Su padre, Guillermo Roberto Billinghurst, nació en Argentina, pero se mudó a Arica para casarse con Belisaria Angulo, una moqueguana de raíces aymaras. Luego se mudarían a Iquique.
Desde 1849, el padre de Billinghurst se hizo comerciante salitrero, aliándose con las empresas Gibbs, Cawley y Cia, y Campbell Outram. Desde niño, Billinghurst aprendió el sistema del negocio salitrero. Visitaba fábricas y almacenes para conversar con los obreros Chilenos, con quienes simpatizaba. Iquique era ya una colonia Chilena, pues más de la mitad de sus nueve mil habitantes eran de Chile.
Debido a la rentabilidad del salitre, Iquique se convirtió en un puerto internacional. Recibía visitas de barcos alemanes, ingleses, estadounidenses y de otras naciones. Los extranjeros inauguraron muchos clubes sociales en Iquique, como el club Alemán, el Inglés, el Italiano, y otros. Inyectaron una vasta influencia cultural que calaron hondo en Billinghurst. Aquella complementó con la influencia Inglesa y Peruana de sus padres, y con la Chilena por costumbre. El joven Billinghurst se compenetró así con diversas esferas culturales.
Luego de graduarse en Goldfinch and Blum, Billinghurst viajó a la Argentina para estudiar Ingeniería, bajo la tutela de su tío Mariano. Pero el 13 de agosto de 1868 ocurrió un devastador maremoto en Iquique, y debió regresar. Según el historiador Sergio Gonzales, Billinghurst padre moriría en aquel maremoto.
El puerto de Iquique quedó prácticamente destruido. En esos meses, el joven Billinghurst presenció una imagen de humanidad impactante. Diariamente, observó a una muchedumbre de obreros Chilenos y Peruanos que trabajaron arduamente en la reconstrucción del puerto. Fue una imagen de solidaridad y fraternidad que lo marcó de por vida y que lo convencería del poderío generado por la unión popular. Además, llegó a reconocer a quién no le convenía esa alianza bilateral: Gran Bretaña.
El Civilismo: La Desconexión con la Realidad
Billinghurst tenía linaje inglés, hablaba con acento chileno, pero era peruanísimo hasta el tuétano. También era un homo universalis, un lector insaciable, y un intelectual precursor de la Generación del Centenario. Según el historiador Osmar Gonzales, Billinghurst fue un visionario para analizar la problemática peruana. La política nunca fue su prioridad pero se involucró en ella al confrontar la precaria realidad peruana.
Desde joven, Billinghurst descubrió la mediocridad del partido civilista y la oligarquía. Los civilistas eran un prototipo del clasismo más abyecto. Vivían en una burbuja, envilecidos por los lujos y ajenos al sufrimiento popular. La clase obrera languidecía hacinada en los tugurios, sin agua ni desagüe. En los Barrios Altos y el Rímac, “la tuberculosis, la fiebre tifoidea y la gripe” elevaban la tasa de mortalidad. En la sierra, los gamonales esclavizaban a los indígenas, a quienes llamaban despectivamente “llamas parlantes.” Sin pelos en la lengua, Billinghurst criticaba sus abusos y su falta de humanidad.
Los civilistas detestaban a Billinghurst. Lo consideraban un joven rico con pretenciosos aires de plebeyo. Aunque Billinghurst era muy culto, su hiriente honestidad y su trato campechano les repelía. Y para colmo, hablaba como un Chileno. Billinghurst, por su parte, les recriminaba su incompetencia. El joven declaraba abiertamente que los civilistas no sabían como gobernar el país. Y es que la función de la política era generar un “inteligente sistema de coaliciones.” Pero el Perú, con bases “semi-esclavistas y serviles,” languidecía en el centralismo y la desarticulación regional. Para Billinghurst, esto era una bomba de tiempo que estallaría en el peor momento.
‘Mientras que en Lima el callejón y el solar inmundo continúen arrancando el noventa por ciento de nuestro capital vivo, no tenemos derecho a llamarnos un pueblo culto.’
Su carácter díscolo le ganó incontables enemigos. Con tan sólo escuchar sus opiniones, la gente lo tildaba de loco. Era el año 1870. Dentro del marco coyuntural de la época, era como si alguien súbitamente hablara una sarta de disparates. Billinghurst resaltaba la nobleza de la clase obrera, y la necesidad de protegerlos, pues de sus aspiraciones florecería el futuro del país. También les hablaba sobre los derechos de los indígenas, quienes necesitaban un trato más humano. El estado debía organizarlos, crearles un canal de expresión, para que sus quejas sean escuchadas. También hablaba sobre los tugurios de Lima, sobre los pobres y los mendigos, carentes de pan y un hogar digno. El estado tenía la responsabilidad de alimentarlos y construirles viviendas gratuitas.
Los civilistas se escandalizaban al escuchar ideas tan absurdas. Aquello inflamó más el desprecio que Billinghurst sentía por el civilismo.
Eran “ideas disparatadas.” Pero lo que más alarmaba a los civilistas era la convicción de Billinghurst en volverlas realidad. Siempre guardaba un plan de acción bajo la manga. Osmar Gonzales indica que Billinghurst no era como el común de los políticos, de “la boca para afuera.” A diferencia del civilismo ineficiente y mendaz, Billinghurst era un hombre de acción inmediata, y desplegaba una férrea convicción de concretar lo prometido.
Un Terrible Malentendido
Una década antes de la guerra, Billinghurst presenció cómo su país se precipitaba al abismo. En 1870, los depósitos salitreros de Tarapacá se convirtieron en una salvación para un Perú en bancarrota. Pero lo que el “inconsciente e improvisado” gobierno desestimó es que Inglaterra ya explotaba dichas salitreras desde 1860. Aliados con el Banco de Valparaíso, los Ingleses diseñaron un proyecto de extracción a largo plazo, del cual Chile se beneficiaría.
En 1873, el Perú emprendió el mal camino. El presidente Pardo instauró el estanco del salitre. A través del estanco, el gobierno establecía un monopolio por el cual podía dictaminar los precios del caliche, y obtener mejores ganancias. En teoría, la idea no parecía mala. Pero en el plano real, la noticia le cayó a Billinghurst como un baldazo de agua fría. El Perú no tenía ni idea en lo que se entrometía. Se trataba de una vasta y letal telaraña intercontinental, tejida desde Londres.
Billinghurst conocía bien la astucia de los Ingleses; sobre todo, conocía sus tácticas de dominio y manipulación. Desde 1840, los pequeños empresarios Peruanos y Chilenos impulsaron la industria salitrera. Pero desde 1860, con el influjo de capital inglés, Inglaterra ahora era el mayor beneficiado. El salitre era esencial para Inglaterra. Además de adquirirla para fabricar explosivos, también la utilizaban como fertilizante agrícola. Inglaterra intentaba potenciar su producción del trigo, para así doblegar al competitivo trigo francés. El salitre transformó la agricultura inglesa, la cual sostenía a los obreros emigrados a sus ciudades, producto de la Revolución industrial. Por ello, los Ingleses jamás permitirían que el salitre escapase de su control.
El estanco tampoco sería una solución. Los empresarios sólo eran fieles al dinero. Una vez impuesto el estanco, cualquier simpatía por el Perú se esfumaría. Los Ingleses harían lo que fuese para sabotear nuestros intereses. Demonizarían al Perú y pondrían a los obreros Chilenos en contra nuestra. Los peruanos debían recordar que los obreros Chilenos reconstruyeron Iquique luego del terremoto. Intentar sabotear su subsistencia era una pésima idea. Como una salida, el Perú debía renegociar los contratos y obtener una modesta ganancia. También necesitaba renegociar su deuda externa. ¿Porqué empecinarse en liquidar a la gallina de los huevos de oro?
En 1874, el jóven Billinghurst organizó una serie de conferencias. Acompañado del salitrero Juan Gildemeister, Billinghurst intentó convencer a sus compatriotas. Repetiría las mismas razones hasta el cansancio. Era todo un terrible malentendido. Aunque su alarma ante la expansión salitrera anglo-chilena era justificada, no debíamos maltratar a los salitreros. Aquello nos enemistaría con Inglaterra, y acarrearía muchas vicisitudes. Como asiduo lector de diarios ingleses, él ya se había percatado del peligro.

Además de ser opositor del civilismo, Billinghurst tenía otro punto en su contra. Era hijo de un salitrero. Eso agudizó más la antipatía de los civilistas hacia él.
Al reunirse con el Presidente Manuel Pardo, Billinghurst le expuso sus razones. El presidente adujo que el propósito del estanco era, fijando precios más altos, “atraer los capitales de Chile” hacia el Perú. El jóven Billinghurst le explicó que dicha medida provocaría el efecto contrario. El estanco, y la expropiación, le favorecería más a Chile. Al privar a los empresarios de su libertad, ellos huirían masivamente del Perú. Chile los protegería y garantizaría su inversión. El indignado Presidente Pardo le recriminó: “¡Yo no gobierno para ustedes los salitreros ni para hacer la grandeza de Chile, sino para hacer la ventura del Perú!.” Pardo dió por concluída esa reunión, y Billinghurst se marchó decepcionado.
Meses después, la predicción de Billinghurst se hizo realidad. Los salitreros anglo-chilenos confabularon para arruinar al Perú. El historiador Francisco A. Encina confirma que, entre 1872-74, las “18 oficinas de máquinas” se incrementaron a 51. Luego se inaugurarían veinte y tres oficinas más. Los salitreros sabotearon el “estanco doblando la producción para así bajar los gastos generales.” Duplicándose la oferta, los precios se redujeron. Además, una crisis mundial en 1873 influyó a que el precio del salitre se “redujera de 15 a 11 chelines por quintal.” La esperanza peruana de obtener una ganancia se esfumó.
Billinghurst entonces se dejó influenciar por Nicolás de Pierola. Piérola detestaba tanto a los civilistas como a Inglaterra, y por eso Billinghurst apoyó sus rebeliones. Luego se distanciaría de él, al descubrir que a Piérola (además de ser un ladrón) sólo le interesaba el poder.
El 28 de Mayo de 1875, Pardo derogó el estanco y expropió las salitreras. Jorge Basadre explica que las oficinas salitreras “debían ser pagadas mediante certificados redimibles..pero el empréstito bancario fracasó.” Sin dinero, el gobierno estableció entonces un “impuesto de exportación sobre cada quintal de salitre que no debía bajar de 15 ni exceder de 60 centavos.” A Billinghurst, esto le pareció otro error más. El gobierno asumía una responsabilidad para la cual no estaba calificado. Además, las leyes y el incremento tributario forzaban a que los empresarios vendieran sus salitreras. Era un atropello que, además de atraer el odio extranjero, nos garantizaba millonarias pérdidas a largo plazo.
Con la expropiación, se promulgaron leyes que se revertían al poco tiempo. Sobrevino un vaivén de acciones que revelaban la ignorancia de los funcionarios. El clásico prototipo del “peruano improvisado.” El Perú luego dió cabida a un sistema de consignación, por el cual los salitreros podrían conservar sus propiedades. F. A. Encina nos explica que aquella medida tampoco le convenía al Perú. Los altísimos gastos “dejaban un saldo a favor de los bancos que afectaba más al fisco” Peruano.
La expropiación fue un fiasco. Había sido un proceso confuso, manejado por incompetentes, colmado de irregularidades y contratos fraudulentos. Un ejemplo de ello fueron las tasaciones de las oficinas salitreras, unas exageradamente altas y otras baratísimas, pero que no se relacionaban con su valor real. Eran señales claras de sobornos y coimas. También se comprobó que varias “salitreras fantasma” fueron creadas a último minuto. Muchos salitreros protestaron por las irregularidades, pero el Perú hizo caso omiso. Y es que, como lo acotó el historiador Dávalos Lisson, durante esa época la “crisis de hombres fue completa…¿qué sabían sobre el salitre y su comercialización todos los líderes civilistas?” Absolutamente nada.
El País Suicida
Expertos como Billinghurst intentaron ofrecer su conocimiento y salvar al Perú de la debacle. Pero toda la irresponsabilidad y los fracasos se debían a una tara que nos ha perseguido desde el inicio de nuestra República: rechazar a los Peruanos honestos y capacitados para darle prioridad a los incompetentes y a los bribones. Y es que, en la política Peruana, es una costumbre muy arraigada la de comportarse como un cretino. Un alma sostenida por la cobardía y la mendacidad.
Nuestra inestabilidad y falta de seriedad solidificaron el prejuicio de los Ingleses y los Chilenos hacia el Perú. Nos acusaban de una innata “duplicidad moral” y la “actitud traicionera” a flor de piel. Aquella visión caricaturesca del peruano se popularizaría aún más, al descubrirse la secreta alianza Peruano-Boliviana.
Billinghurst no se cruzó de brazos. En 1874, publicaría “Rápida ojeada a la cuestión del salitre.” También fundó el diario el Comercio de Iquique. Su furibunda pluma descargó en contra de Pardo y los civilistas. En “talentos y conocimientos financieros,” Pardo estaba en la luna. Destruiría “la más importante y floreciente industria nacional” y arruinaría el sustento de “treinta mil Peruanos en Iquique.”
Sus severas críticas continuaron. Pronto recibiría la clásica acusación esgrimida al auténtico patriota: sería acusado de “antipatriotismo,” “deslealtad” y “sedición.” Billinghurst aprendió así una valiosa lección: los que más destruyen a una nación son aquellos que profesan defenderla. Aquellos pusilánimes que apañaban a la sórdida política peruana pronto se darían de bruces con la realidad. Billinghurst no se amilanó ante esos ataques, y bregó a contracorriente, obedeciendo a sus instintos.
La historia es una maestra del sarcasmo: el “loco Billinghurst” intentó brindar una pizca de “razón” a una nación cegada por la histeria patriótica y por su enfermiza pulsión suicida.

En 1875, ante el evidente fiasco, Manuel Pardo frenó la expropiación. Pero en 1876, bajo la presión del ministro de hacienda Elguera, el presidente Mariano I. Prado la reanudó. La improvisación y los errores continuaron. El historiador Carlos Flores Soria explica que la intención de Elguera fue buena pero su incompetencia primó. Elguera no entendía que “el mercado condicionaba el consumo y no el monopolio que se pretendía ejercer.” A su vez, Elguera desconocía “los fuertes intereses extranjeros…que estaban vinculados mejor con Valparaíso.” Era ya 1878 y ambos argumentos habían sido expuestos por Billinghurst desde 1872, pero nadie le hizo caso. Había corrido ya mucha agua bajo el puente.
La tragedia del hombre de genio es ser un incomprendido, y un marginado. En 1878, Billinghurst se sentía agotado de discutir con funcionarios, de concertar reuniones, y de escribir cartas. Todo había sido inutil. Y es que el genio de Billinghurst era tan agudo, que ya dominaba conceptos como guerra subsidiaria, colonización, identidad, hegemonía, diáspora, economía política, finanza internacional y paradiplomacia; conceptos que aún no primaban en la conciencia nacional. Billinghurst analizaba cada situación y visualizaba sus probables repercusiones. Mas que un don, era una maldición predecir escenarios que los demás se rehusaban a ver. Por eso mismo recibió tantos portazos en la cara.
Cuando cundió el conflicto entre Bolivia y Chile, a Billinghurst el instinto no le falló. Convencido que una guerra se avecinaba, retomó sus actividades para evitar que Perú se entrometiese en esa crisis. Como diputado de Iquique, fue preparando un proyecto de ley para enmendar los errores y restaurar la total libertad a los salitreros. Entretanto, diariamente se quedaba impactado ante el delirio de sus compatriotas. El civilismo, sin ejército y sin financiamiento, pretendía ser un mediador y defender a Bolivia. Chile, por el contrario, se había armado por más de diez años. Ya no había tiempo que perder.
En Enero de 1879, en una sesión de la cámara de Diputados, Billinghurst pronunció un apasionado discurso. Evocando los errores garrafales del presidente Pardo, les advirtió que, de no rectificar el rumbo, el futuro sería nefasto. La expropiación había empoderado a Chile. Y ahora su capital era inmenso: “La competencia que me arredra y con sobrada razón, es la que se levanta en Chile con todos los síntomas de una empresa colosal. Chile, que es un país perfectamente organizado y trabajador ..cuenta ahora con una industria que superará a la nuestra….y se agravarán los motivos de mis temores cuando la cámara sepa que son los industriales a quienes el Perú cerró la puertas los que ahora fomentan la industria de Chile…los capitales han emigrado de Iquique, en la enorme suma de siete millones de pesos fuertes, que han ido a aumentar el fondo industrial de Chile..Esos capitales, Excelentísimo Señor, son un arma poderosísima….” El peligro ahora era extremo. Lo había repetido mil veces antes.
Semanas después, Guillermo Billinghurst presentó su proyecto de ley. En aquel resalta lo siguiente…”Que las operaciones realizadas por el estado respecto del salitre de Tarapacá, han sido enormemente dañosas, así como el fisco como para los industriales….Que esta situación se agravará día a día por el no previsto y consiguiente deterioro de las maquinarias…lo cual hará que en poco tiempo queden sin valor los mejores establecimientos con daño irreparable del fisco y sus acreedores; por consiguiente, brindamos la siguiente ley: Artículo I. Declárese libre la elaboración y ventas del salitre, devolviéndole al efecto a la industria privada los establecimientos salitreros…Artículo 2. El estado impone a la exportación de salitre un derecho de cincuenta centavos de sol por quintal, percibido en moneda nacional metálica por la aduanas respectivas…”
Cuando el proyecto de ley pasó a revisión, Billinghurst se llenó de optimismo. Después de ocho años de intentos, finalmente podría salvar a su país de la debacle.
Pero el 5 de abril de 1879, el proyecto quedó sepultado. Ese día, Chile le declaró la guerra al Perú.
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“Despreciado y rechazado por los hombres…Todos evitaban mirarlo;
fue despreciado, y no lo estimamos. “-Isaías 53:3
No vilifiquemos a los civilistas. Billinghurst fue un adelantado a su tiempo y debió ser un espectáculo escuchar sus ideas insólitas. Billinghurst demostró que las causas más disparatadas, con la perspectiva del tiempo, acaban siendo las más acertadas.
Al comunicarles del peligro latente proveniente de Chile e Inglaterra, Billinghurst esperó alguna reacción de sus compatriotas. Realmente, pidió lo imposible. El dictum, “Conoce a tu enemigo más que a tí mismo,” era inaplicable para el civilismo. Era mucho pedirle a una clase política, que ni siquiera se conocía a sí misma, a que mirase más allá de sus narices.
Billinghurst fue un visionario. Sostuvo que el enemigo real no fue Chile, sino Inglaterra, que manipuló, envileció y dividió a dos naciones que tenían todo en común.

¿Cómo Billinghurst alcanzó tamaña lucidez? Nunca llegó a compenetrarse con ninguna facción. El ser un outsider le otorgó una sensibilidad para analizar la realidad con una visión de águila. No era “ni gamonal ni oligarca” y, enternecido con la condición de los mas débiles, su único compromiso fue con los obreros, los indígenas y los indigentes. Por ello, Billinghurst perteneció a la ahora legendaria (pero desaparecida) “clase dirigente,” que pudo habernos liberado de nuestra traumatizante historia republicana posterior.
‘Mi propósito fue modernizar al Perú y conectarlo con el primer mundo…pero los oportunistas políticos que gobiernan para su único beneficio personal no me lo permitieron..’
Al integrarse al oficialismo, descubrió que la política Peruana consistía en alianzas electoralistas, huecas, sin ningún ideal ni propósito, en donde solo primaban el poder, las coimas, y el pacto intrínseco de suprimir a las masas pobres y explotadas. Ante ello, su misión antiestablishment fue la de reordenar dichas estructuras, y canalizar los beneficios hacia las clases populares.
Rodeado por intereses egoístas y de rapiña, Billinghurst fue uno de los pocos presidentes Peruanos (quizás el único) que jamás estuvo involucrado en corrupción.
Cuando a Pablo Macera le preguntaron quienes fueron los tres o cuatro mejores presidentes que ha tenido el Perú, él incluyó a Guillermo Billinghurst. Curiosamente, Billinghurst sólo gobernó durante dieciséis meses, pues sería depuesto por un golpe militar.
Ya derrocado y en el exilio, Billinghurst declaró que su propósito fue “modernizar al Perú y conectarlo con el primer mundo, estimulando sus industrias, el cultivo de algodón, inaugurando minas, construyendo carreteras, y mejorando la higiene pública.” Pero “los oportunistas políticos en el Perú que gobiernan para su único beneficio personal no me lo permitieron.” Su última frase suena tan actual. Una prueba de que, más de un siglo después, la política peruana continúa siendo una pestilente madriguera.
Como a todo Peruano honorable, el Perú acabó por destruirlo. Su derrocamiento y expulsión del país lo entristecieron profundamente. Después del golpe de estado, su “amado pueblo” no se dignó a defenderlo. Afectado por el desprecio y la humillación, moriría poco después.
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Billinghurst perteneció a esa extinta casta de políticos comprometidos con el bienestar popular. Fue uno de los grandes Peruanos del siglo XIX. El Perú, como eterna madrastra de sus hijos y madre de los extraños, lo ha mantenido olvidado.
Nadie percibe que males lo aquejan mientras viva sumergido en ellos. ¿Porqué Billinghurst no es valorado hoy en día? Porque aún seguimos varados en esa pseudo-realidad, ese consenso, o fábula tejida por el civilismo y sus sucesores. Ya se sabe que Billinghurst fue “pro-chilenista,” “demagogo,” “traidor,” “radical,” “provincialista,” “antipatriota,” “sedicioso,” “populachero,” “alcohólico,” “dictatorial,” “cizañero,” “fascista,” “Pierolista,” “entreguista,” “anticlerical,” “intransigente,” “conspirador,” “loco,” etc.
Cuando a Macera le preguntaban el porqué los Peruanos desperdiciaban su propio potencial, éste replicaba, “el peruano tiene una fobia de sí mismo” o “se caracteriza por las ganas de no nacer” o “es un depósito infinito de frustraciones.” (Dichas manías explican el orígen de su conducta suicida.) Pero luego Macera suspiraba resignado, y decía: “A los Peruanos, sólo nos queda esperar…”
Hasta hoy, el extraordinario Guillermo Billinghurst continúa olvidado.
Seguiremos esperando, entonces.𝔖
