Considerada como un bastión del patrimonio cultural de Puno, la Diablada exhibe el vestuario más exótico de todas las danzas peruanas. Los danzantes llevan capas y pecheras multicolores, y máscaras que representan al diablo. El baile se realiza durante la festividad de la Virgen de la Candelaria, en Puno, en el mes de Febrero.
La Diablada floreció en el altiplano peruano y boliviano. Cada país tiene su propia versión de su creación. En el Perú, los primeros indicios de la Diablada aparecieron en Juli, Puno, en 1657. Ese año, el español José Salcedo descubrió depósitos minerales en esas tierras. Empleó a cientos de nativos para la extracción del mineral.
Desde entonces, se popularizó el mito Aymara de Supay (el Diablo). Supay deambulaba de noche, burlándose de los hombres, en busca de veneración y castigando a quienes le faltaban el respeto.
En 1675, José Salcedo maltrató cruelmente a sus obreros en la mina Laikakota, Puno. Cuenta la leyenda que un día Salcedo observó un incendio dentro de la mina y a la efigie de la Virgen María luchando contra el Diablo. Conmovido por esta visión, Salcedo tuvo un trato más empático con sus obreros. De aquella leyenda se originaría el culto a la Virgen de la Candelaria. Dicha versión se ha repetido mucho, pero contiene elementos culturales que la explican a fondo.
Según el dramaturgo Miguel Rubio, la Diablada podría haberse originado de un ritual aymara practicado en 1657. Al hallarse algún depósito rico en minerales, los nativos aymara solían realizar una ofrenda al Anchanchu, diablo o espíritu guardián de la tierra. Los “layqas” o chamanes se ponían una máscara que tenían los cuernos de un taruca (venado).
En la ofrenda se sacrificaba una llama y “se colocaba un molde de grasa con láminas de los metales” de la mina. Luego, esas ofrendas se quemaban. En frente de las llamas, los chamanes enmascarados bailaban al ritmo musical de unas zampoñas. Finalizado aquel ritual, los chamanes examinaban las cenizas y determinaban si el Anchanchu aceptaba o rechazaba la extracción de los minerales por los hombres.
Las máscaras juegan un papel importante. El antropólogo Michael Merril explica que aquellas “modifican la identidad humana.” A través de la máscara, el chamán experimenta una “expansión de la conciencia.” Es decir, abandona los esquemas de la razón, e ingresa a un mundo paralelo para percibir fenómenos que escapan del plano físico, y que se asocian con una dimensión mágica. Entonces, el chamán expresa o canaliza pulsiones reprimidas en su subconsciente, que, realmente no son suyas, sino divinas, provenientes de una dimensión sobrenatural.
Este antiguo ritual, rico en alusiones y significado, no es sólo regional, sino parte de una cosmovisión universal. En otras culturas, los chamanes también se enfundaban mascaras de animales, y oficiaban un ritual chamánico con una danza.
Por ello, la Diablada no sería sólo una conmemoración de un ritual chamánico, sino también un canal de reciclaje o depuración, por el cual la antigua esencia tribal (sea esta aymara o Inca) se deshacía de la invasiva colonización cultural y religiosa personificada por la Virgen de la Candelaria. Es por eso que los españoles asociaron instintivamente esos ritos con el diablo.𝔖
Región: Puno
