Toda persona está relacionada con su ambiente. Dicha dualidad, hombre y naturaleza, debe ser armoniosa. La enfermedad se origina por una ruptura entre ambos bandos, creando un desequilibrio en el orden cósmico. Por ello, la sanación consiste en la restauración del vínculo perdido con la naturaleza. El curandero y sus medicinas son el eslabón que enlaza y armoniza.
En el Incanato, se atribuían cualidades divinas a los animales. En sus leyendas, los animales habitaban otras dimensiones y podían conectarse con los apus u otros espíritus. Por eso, los curanderos (camasca o soncoyoc) los usaban como un ente comunicador para interpretar mensajes divinos. El cuy y la llama eran los animales predilectos.
Los camascas pertenecían a la élite, y su influencia era enorme. Esto explica el motivo por el que los españoles aniquilaron a centenas de ellos durante la conquista. Los sobrevivientes fueron despojados del título y desterrados.
Irónicamente, este intento de erradicación provocó el efecto opuesto. La medicina Incaica era rígida, hermética y elitista. Pero al aniquilar a los curanderos de la élite, el conocimiento se esparció por los sobrevivientes. Herederos de una milenaria tradición, los desterrados la diseminaron en varias regiones andinas.
Véase el documento escrito por el fraile Martín de Murúa en 1611. Este da cuenta de los curanderos que deambulaban por varios pueblos. Aquellos proclamaban haber obtenido “permiso de los obispos y corregidores para curar.” Lo cual era falso, según Murúa. Los camascas “sobaban las partes” adoloridas del paciente y “con coca, sebo y cuyes, les untan el cuerpo y las piernas.” Luego del ritual, el curandero les mostraba “gusanos, pedrezuelas y sangre,” y aseguraba haberles extraído el mal del cuerpo.
El académico R. Hechler indica que algunos curanderos tenían una deformidad, ceguera, o parálisis. El pueblo creía que dichas discapacidades eran dones divinos. Hechler cita como ejemplo a Alonso Chaupis, un curandero ciego, que en 1650, realizaba curaciones con el cuy, en Acas, Ancash, y en pueblos aledaños.
En el imaginario andino, la comunión entre vivos y muertos era esencial. Para recibir bienestar y abundancia, los Incas veneraban a sus difuntos, y antepasados. Aquellos eran llamados mallki, es decir, los espíritus de los difuntos. El mach’ay, era el sepulcro donde moraban los mallkis, y también servían como oráculos.

Los curanderos concurrían a los mach’ay, para consultar o solicitar el favor de los mallkis. También lo hacían para realizar la soba del cuy. Este ritual se menciona en el documento “Denuncia que hace Don Juan Tocas…,” del Archivo Arzobispal de Lima, del año 1656. Luego de efectuar la soba, los curanderos llevaban el cuy “al mach’ay de los mallki y examinaba el hígado: si estaba negro era señal infausta y de muerte.” Según el antropólogo M. Polia, el curandero “pedía más cuyes y coca y hacía un sacrificio volviendo a examinar los hígados para ver si estaban sanos, prueba que los dioses habían aceptado el sacrificio y el enfermo recobraría su salud.”
Como pago, los curanderos recibían “carne, maíz o coca” de sus pacientes. El fraile Murúa los acusaba de embusteros, pero aquí predomina el choque cultural: los prejuicios europeos ante los signos de la compleja cosmovisión andina. El Catolicismo agudizó dichos prejuicios. Los curas aseguraban que la soba del cuy tenía una influencia diabólica. Así surgieron los periódicos intentos de “extirpación.” Además de desterrar a los curanderos, intentaron aniquilar a los cuyes y a las llamas para erradicar estas prácticas. Dicho aniquilamiento no persistió, pues algunos entendieron que aquello desataría rebeliones a la larga.
‘Yen agrabándole la enfermedad cogía un cui blanco y así bibo le traiya por encima de la barriga del enfermo y le hacía fricaciones y en una callana quemaba maíz blanco prieto dulce y lo machacaba y estrujaba…y decía así nanay puric yaya quisiacpuric yaya caillaguantac aybuacuy señora enfermedad con esta ofrenda idos y luego… sacaba los ygados y bofeses del cui y si estaban prietos era señal que abía de morir y si blancos que abía de sanar….’-Denuncia que hace don Juan Tocas… 11-12 marzo 1656 (Cajamarquilla).
Los camascas ambulantes democratizaron el conocimiento médico. En el proceso de asimilación, dicho conocimiento se integró a la cultura popular. Y para que cualquier práctica curativa prevalezca, ante todo debía ser solicitada por el pueblo. Ergo, los antropólogos coinciden en que las prácticas curativas actuales no necesariamente fueron las más eficaces, sino las más populares.
La soba del cuy perduró en el imaginario andino. Fue una manera sutil de preservar nuestra herencia Incaica. El cuy, como símbolo, encapsula el ethos y el conocimiento del pueblo. Además, los cuyes son prolíficos, y dicha virtud se “relacionaba con la fertilidad, la reproducción y la Madre Tierra.” La facilidad de su crianza, y su bajo costo, también le dieron un plus.
Según el antropólogo Pieter Van Dalen, la soba del cuy se adecúa a las “enfermedades andinas.” En dichas enfermedades, los agentes causales son las huacas, los cerros, los apus, los aires o los vientos, los puquios, los acantilados, y otros. Las enfermedades andinas difieren de las enfermedades de la medicina científica, basadas en una cosmogonía distinta. Ambos tipos de medicina se contraponen. Mientras los médicos focalizan o segregan a un mal o a cierto órgano, los curanderos buscan restaurar la dinámica interacción del enfermo con los agentes causales.
Las enfermedades andinas más comunes son el “abuelo”, “frío o mal del aire” “el mal del cerro” “daño o brujería” “mal del susto” y “golpe.” El mal de abuelo, por ejemplo, se produce al cruzar por territorios habitados por malos espíritus. Un dolor o parálisis indican que los espíritus les han provocado el daño. El “mal del aire,” fruto del viento gélido de la cordillera, provoca parálisis, dolores musculares o tortícolis. El “mal del cerro” o dolor de cabeza, ocurre por cruzar una cumbre sin antes no haber hecho las ofrendas a los apus. El mal del “susto” sucede cuando el “alma se separa del cuerpo”, causando múltiples síntomas.
El conocimiento no es más que una simbiosis. Al deambular por cada pueblo, los camascas adaptaban las creencias regionales. Esto explica el porqué, al compilar los métodos de la soba del cuy, los ingredientes son muy variados: claveles, rosas blancas o rojas, ortiga, ruda, coca, cigarros, aguardiente, huayruros, llantén, vinagre, timolina, aceite de lagarto, agua de florida, ashancoi y otros. En cada región, algunos ingredientes priman sobre otros, y los métodos varían enormemente.
Por ejemplo, se recomienda que el cuy sea negro para el paciente hombre, y blanco para una mujer. Otros prefieren que el cuy sea hembra para una paciente mujer y macho para el hombre. Si se trata de una enfermedad grave, se debería usar un cuy negro. Idealmente, el cuy debe ser criado en la casa del enfermo. Algunos curanderos también permiten que el paciente elija el cuy a usarse. El cuy también debe “tener un mes máximo de nacido.” Otros creen que estos factores palidecen ante la eficacia del curandero.

Algunos curanderos se autoestimulan con licor y coca “para facilitar” el diálogo con los apus. Otros realizan una lectura de coca antes del jubeo, e invocan a “Jesucristo bendito.” Algunos realizan el jubeo los martes y viernes, pues son días “favorecidos por el cosmos.” El proceso dura de veinte a treinta minutos. Y el número de sesiones varía de acuerdo a la gravedad del mal.
Durante el jubeo, el cuy muere o se desmaya. Si muere rápidamente indica que el paciente está enfermo de gravedad. Si se desmaya, o no llega a morir del todo, la enfermedad es leve. Si el cuy chilla al sobar determinada parte del cuerpo, se debe seguir sobando esa área, pues es allí donde el mal se origina.
Luego se corta la piel del cuy para realizar la “lectura.” En sí, la lectura se asimila a una radiografía. A pesar del método arcaico, el diagnóstico es muy preciso, como lo revela el investigador Victor Reyna. Utilizando análisis médicos y rayos X, Reyna descubrió que las lesiones viscerales del cuy correspondían a los órganos afectados del enfermo. Reyna propuso la teoría de que, durante el jubeo, “el órgano afectado del paciente emite una radiación electromagnética (biofotones) que encuentran receptores en el órgano análogo del cuy…y en la sobada esta radiación electromagnética se amplifica generando en el órgano del cuy una condición similar al del paciente.”
Al investigar la “lectura del cuy,” Pieter Van Dalen bosquejó unas interesantes observaciones. Si el intestino del cuy está “brillante” indica que el mal es curable, pero si está oscuro, revela una enfermedad fatal. Los pulmones deben tener un “tono blanquecino,” pero si están oscuros, con grasa, o quistes, denotan enfermedad. Un hígado sano tiene color marrón o rojo, pero uno enfermo, tiene laceraciones y bultos de grasa. Los riñones deben lucir rojizos y brillosos, pero si están mal, se ven hinchados y oscuros. Un corazón oscuro, hinchado, y con sangre coagulada indica un mal al corazón. Si los intestinos del cuy tienen aire, el paciente sufre de gastritis. Si las heces en el intestino no tienen un perfil similar a un “rosario,” el paciente tiene estreñimiento. Cuando la vejiga o el ovario tienen color blanco, indican una inflamación. El daño o brujería se manifiesta a través de hilos o fibras en el tórax. El mal del aire se manifiesta con “globos espumosos blancos” en las entrañas. Si el cuy tiene grasa amarilla en el cuello o la cabeza es debido al mal del susto o del abuelo.
Claro, estos diagnósticos no son genéricos pues dependen de la interpretación del curandero. Un simple vistazo no es suficiente. El curandero examina interiormente cada órgano para ver si esconden piedritas, tumores, manchas, o coagulaciones. Si los hay, los curanderos limpian estos órganos con aceite rosado y algodón. Otros esparcen una mezcla de maíz molido con hierbas para “limpiar la enfermedad.” Una vez culminada la lectura, los curanderos retornan los órganos al vientre y botan el cuy. Otros arrojan al cuy muerto en el camino para que suelte todos los males. Pero en caso de brujería, el curandero necesita quemar al cuy.
También hay curanderos que realizan la soba del cuy sólo como método de diagnóstico. Luego de la soba, se enfocan más en el tratamiento a base de hierbas medicinales.
¿Y cuánto te cuesta? Excluyendo el precio del cuy, cada sesión de jubeo puede costar de 100 a 150 soles.
Con una larga tradición curanderista, Huaral es la Meca del jubeo del cuy. Según los entendidos, en Huaral se hallan los mejores y más auténticos curanderos. Esto se debe a que la mayoría lo practica por vocación, y no como negocio. Algunos curanderos fueron instruidos por sus padres. Otros conocieron a un curandero, y decidieron aprender el oficio.
También existen casos excepcionales. Pacientes casi moribundos que, luego de ser curados milagrosamente por el jubeo, adquirieron el don de sanar. Dichos casos se asimilan a los “procesos de iniciación” chamánica descritos por el antropólogo Mircea Eliade. Eliade decía que el curandero primero debía atravesar un “ritual de muerte y resurrección.” Al estar gravemente enfermo, y bordear los umbrales de la muerte, aquel desarrollaba una “visión que trasciende, y percibía misterios y secretos inescrutables para los demás.” Después de aquella experiencia, los curanderos adquieren una intuición y el don para curar.
Durante el jubeo, el cuy se convierte en un símbolo que ayuda a interpretar la realidad. La realidad es compleja e incomprensible, pero, a través del ritual, el cuy y el curandero intentan reordenar ese caos para volverlo inteligible. En el jubeo, el enfermo reconoce sus verdaderos males y se empodera para sanarse. No es un proceso lógico ni objetivo, sino más bien irracional y sensorial.
La académica Belén Azarola sostiene que el jubeo es una estimulación sensorial, en donde se seduce y se empodera al inconsciente a “través de rezos, encantos, poesía y teatro.” Este “teatro” provoca un efecto psicológico de catarsis, ya que el enfermo logra disociarse y transferir sus malas energías y cargas, deshaciéndose de ellas. El jubeo es una conjunción de arte y mística, en donde el “teatro” tiene un efecto purificador. Entiéndase que la representación histriónica, o el arte mismo, también alberga una dimensión terapeútica y de sanación. Pues, ¿no es evidente que no sólo de pan vive el hombre?
Un símbolo esconde infinitos misterios y más dinámicas de las que somos conscientes. Lo mismo sucede con el cuy. Reducir la cura del cuy a un simple proceso de “placebo” es insuficiente. Nuestro organismo tiene una pharmacopeia natural. El ritual de la soba del cuy, colmado de símbolos y mensajes, puede instigar procesos bioquímicos en el cerebro y en el sistema nervioso, y a la vez, activar procesos orgánicos e inmunológicos que favorecen a la sanación.𝔖
