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ace más de 3.000 años, una cultura denominada «Cupisnique» floreció en La Libertad, norte del Perú. Conformaban una sociedad estratificada y consagrada a una vida espiritual. Los Cupisnique adoraban a cinco deidades: una deidad humana, una araña, un monstruo, un pez y el hombre-ave. En sus piezas de cerámica, dichas deidades aparecen sacrificando seres humanos. El ‘Hombre Ave,’ por ejemplo, posee un pico enorme y con un brazo sostiene una cabeza decapitada.
La cultura Cupisnique desapareció en el año 200 a. C. Sin embargo, la imagen del ‘Hombre Ave’ permaneció en el imaginario del Antiguo Perú. En el año 100 a.C, la cultura Moche apareció en las regiones aledañas. Según la tradición oral, los fundadores de los Moche navegaron a lo largo del río Chancay, buscando un lugar para establecerse. Al divisar algunos lobos marinos en una orilla, lo interpretaron como una señal divina. Se establecieron en dicha región. Los Moche solían alimentarse de lobos marinos, que en su dialecto denominaban «Tumis.» Según Gregory Cushman, los Moche creían que los lobos marinos (Tumis) «llevaban las almas de los muertos al otro mundo a través del Pacífico.» El término «Tumi» comenzó a relacionarse con la divinidad.
Los Moche prosperaron con la práctica de la pesca y la caza. También heredaron algunos rasgos culturales de los Cupisnique. Sus cerámicos presentan algunas deidades Cupisnique, como el «hombre-ave» o «el hombre-buho.»
Moche, El hombre búho
Siglos más tarde, los Moche realizaron sacrificios humanos. La daga usada en el sacrificio también se llamó «Tumi,» la cual era un vínculo que conectaba a los vivos con los muertos. Los Moche creían que un sacrificio apaciguaba la ira de la divinidad. ¿Por qué siempre ocurrían hambrunas, desastres naturales y plagas? Respuesta: La divinidad necesitaba alimentarse con sangre humana. Por ello, los Moche realizaban sacrificios de antemano para así complacer a la divinidad. Su respeto por los Tumi aumentó: esa daga les permitía apaciguar a sus dioses y evitar catástrofes futuras. Aún así, alrededor del año 594, surgieron sequías prolongadas, probablemente causadas por el fenómeno de “El Niño.» Ningún sacrificio o ritual pudo revertir las sequías y, debido a la prolongada hambruna, su cultura colapsó en el año 700 d.C.
En 750 d.C, una flotilla de Caballitos de Totora desembarcó a orillas del río Lambayeque. Naylamp, el líder, venía acompañado de súbditos versados en agricultura, metalurgia y arquitectura. Aquellos instruyeron a los nativos de la región y fundaron la Cultura Lambayeque (o Sicán). Tiempo después, Naylamp construyó un templo y colocó una figura de jade en un pedestal. La figura de jade era una representación de sí mismo. Naylamp informó a sus vasallos: Este dios se llama «Yampallec.»
Los mitos sirven para preservar la memoria y la cohesión colectiva, y los Sicán también hicieron uso de ellos. Lo interesante es que la figura del hombre-ave, proveniente del imaginario de los Cuspinique y de los Moche, reapareció en la cultura Sicán. Según el mito, cuando Naylamp murió, un par de alas le crecieron en la espalda. Naylamp resucitó y se elevó al cielo. Por ello, los Sicán fabricaron la figura del hombre-ave Naylamp para inmortalizar su memoria. Los sacerdotes Sicán añadieron dicha figura a la parte superior de sus Tumis. Para preservar la memoria del dios «Yampallec,» los Sicán insertaron piedras de jade en sus Tumis. Fue así como, en el año 800 d.C., el Tumi adquirió su forma más conocida. En ese siglo, varios Tumis de oro fueron enterrados en las tumbas Sicán.
El nombre “Yampallec” evolucionó al actual “Lambayeque,” región norte del Perú.
Al principio el Tumi sólo era una daga con connotaciones sagradas. Pero una vez que se le adjuntó la imagen de Naylamp, el Tumi adquirió un aura mística.
Para las culturas antiguas, ciertos objetos tenían un valor simbólico. En el Neolítico, por ejemplo, se veneraba al hacha porque les permitía cazar y alimentarse. Esta ideología totémica también se repitió con los Señores de Sicán: el Tumi era un signo de jerarquía y linaje, y se utilizaba para los rituales de sacrificio. En un principio los arqueólogos creían que dichos rituales consistían en decapitaciones. Pero los análisis con rayos X de los restos hallados en la Huaca del Loro confirman que las decapitaciones rara vez ocurrían. El sacerdote Sicán sólo cortaba superficialmente la garganta de la víctima y recogía la sangre en un jarrón. Luego, el Sicán elevaba el jarrón y arrojaba la sangre al suelo. Así aplacaban la ira de sus dioses. Es preciso señalar que estas son sólo hipótesis sugeridas por los especialistas. Según la antropóloga Alana Cordy-Collins, la verdad de lo que sucedió “probablemente nunca la sabremos.”
El antropólogo Alfredo Narváez asegura que el Tumi iba más allá de ser un instrumento ceremonial. El Tumi, como una obra artística, representaba la dualidad de la vida, la fisión entre Dios y los hombres. Y si analizamos su geometría, tiene sentido. La parte superior está bien ornamentada y alberga bellas piedras de jade, pero la cuchilla inferior está vacía. La parte superior representa al dios Naylamp, encarnando el arquetipo de divinidad, gracia y eternidad. La parte inferior, sin ningún ornamento, representa la condición humana: la nada, la escasez, y la lucha constante.𝔖