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Julio C. Tello y el Descubrimiento del Tumi

Insignia de jerarquía y prestigio

 

Desde su descubrimiento, el Tumi se ha convertido en uno de los símbolos más emblemáticos del Perú. La mayoría de exhibiciones peruanas en el mundo incluyen una muestra o réplica de ella, y lo mismo hacen los restaurantes peruanos en Europa. Tales costumbres han hecho que el Tumi sea uno de los ornamentos peruanos más conocidos en el extranjero. Pero quizás muy pocos sepan en qué peculiares circunstancias se descubrió el Tumi.¿Quién y cómo se descubrió y por qué el Tumi destacó entre tantos ornamentos peruanos?

Gracias a la astucia de un arqueólogo peruano, el Tumi se convirtió en un ícono de nuestra cultura.

La Cultura Lambayeque



 
En la región de Batán Grande, Lambayeque, floreció una esplendorosa cultura preincaica denominada “Lambayeque.” Regida por una dinastía descendiente del Dios Naylamp, ésta cultura dominó la región entre los años 750 hasta 1020. El “Señor de Sicán,” fue uno de los nobles miembros de este antiguo linaje. Los Lambayeque, expertos en Metalurgia y Orfebrería, fabricaron el “Tumi,” que era una daga ceremonial usada para oficiar sacrificios al Dios Naylamp. El Tumi era un símbolo divino; una insignia de jerarquía, prestigio y linaje y sólo los nobles lo poseían. Era, ante todo, un símbolo de poder ilimitado.

Alrededor del año 1020, el devastador fenómeno del Niño precipitó el colapso de esta cultura. El debilitado dominio de Lambayeque fue conquistado por un flamante reino aledaño denominado Chimú.

Los Lambayeque quedaron en el olvido. No se sabría de ellos hasta nueve siglos después.


‘El Tumi era un símbolo divino; una insignia de jerarquía, prestigio y linaje y sólo los nobles podían poseerlo. Era, ante todo, un símbolo de poder ilimitado.’


En 1912, el magnate peruano Juan Aurich adquirió unos terrenos en Batán Grande. Juan Aurich planeaba construir una hacienda en dicha región. En los primeros meses, Aurich escuchó rumores provenientes de un poblado aledaño. Los habitantes de Batán Grande popularizaron una leyenda de un antiguo tesoro sepultado en la zona. Se dice que Aurich, movido por la curiosidad, contrató unos peones para realizar excavaciones en sus tierras. Luego de hallar algunas piezas de oro, el hacendado canceló la búsqueda. Juan Aurich era un “caballeroso señor,” un hombre refinado a quien la codicia por el oro no lo entusiasmaba. Por lo tanto, se avocó a trabajar exclusivamente en su hacienda.

Durante dos décadas, la Hacienda Aurich alcanzó la prosperidad. Pero en 1935, el sabio y modesto Aurich cometió un gravísimo error. Enfermo, y en su lecho de muerte, Juan Aurich confió el secreto del tesoro escondido a sus hijos. El patriarca no imaginaría que su confesión arruinaría todo su legado.

La Orgía de la Codicia



 
Al enterarse del tesoro, los hijos de Aurich se transformaron. Prácticamente olvidaron la Hacienda, y se volcaron en una búsqueda obstinada por el tesoro. A poco de hacerlo, los Aurich comprendieron que habían empezado muy tarde. Al contratar algunos obreros, los hermanos Aurich descubrieron que varias mafias secretas excavaban la región desde el año 1840. Los líderes de esos grupos habían traficado cientos de reliquias en el mercado negro europeo. Casi un siglo después, los Aurich adquirieron herramientas modernas para efectuar una búsqueda más eficaz. Fue así que en los dos primeros años, de 1935 a 1937, los Aurich desataron una excavación desaforada.

En la casona Aurich, los hermanos habían reservado una habitación como almacén. Allí depositaron cientos de piezas arqueológicas de oro, desde cuchillas, vasos ceremoniales, máscaras, joyas, brazaletes, escudos, hasta platillos, adornos y demás. Se dice que era imposible caminar entre tantos objetos desperdigados en el suelo. Ávidos por obtener riqueza, los Aurich vendían estas reliquias históricas a sus amigos. Solían cobrar ochenta dólares por artículos que ahora se cotizan por un aproximado de 300,000 dólares. Cuando estaban de buen humor, los extravagantes hermanos regalaban algunos ornamentos. Las noticias también llegaron a Lima, donde acaudalados limeños como Manuel Mujica Gallo se apropiaron de algunas colecciones.

La excavación continuó sin tregua. Cuando ya no hallaron más clientes, los Aurich fundieron algunas piezas en lingotes. Así las podrían vender más fácilmente.

Mientras tanto la Hacienda Aurich, en un pasado próspera, era ahora una hacienda descuidada y al borde de la ruina.

Julio C. Tello Descubre el Tumi



 
Rumores sobre los extravagantes hermanos Aurich llegaron a los oídos del gobierno peruano. En Diciembre de 1936, el gobierno designó a un Arqueólogo peruano a investigar la región. Su nombre era Julio César Tello.

Julio C. Tello, por entonces, era un experto en culturas precolombinas. Estudiante de medicina en su juventud, su curiosidad lo había llevado a estudiar las trepanaciones craneanas de la cultura Paracas. Al convertirse en un ávido coleccionista de cráneos trepanados, Tello entendió que sus pasiones eran la Antropología y la Arqueología. Fue aquel espíritu inquisitivo el cual lo catapultó desde la Universidad de San Marcos a la Universidad de Harvard, en Massachusetts, donde hizo una maestría. Posteriormente viajaría a Londres para hacer una especialización.


‘Yo no soy profesor, ni escritor, yo sólo soy un hombre de campo, un huaquero..’- Julio C. Tello


En Diciembre de 1936, Julio C. Tello llegó a Batán Grande. No fue recibido con hospitalidad. Los pobladores desairaban a los forasteros pues la mayoría sólo venía en búsqueda de tesoros arqueológicos. Luego de que los Aurich se rehusaran a verle, Tello contactó a una de las mafias que realizaban excavaciones. Estas mafias actuaban como los masones de una sociedad secreta. Era un círculo cerrado, y se desconoce cómo Tello los contactó. Pero Tello tenía una extensa experiencia en excavaciones. Su carisma y su familiaridad con los huaqueros fueron cruciales para ganarse su confianza. El mismo Tello dijo alguna vez: «Yo no soy profesor, ni escritor, yo sólo soy un hombre de campo, un huaquero..»

En esas semanas los excavadores hicieron un gran hallazgo en la huaca Las Ventanas. Era una pieza magnífica; una cuchilla que representaba al Dios Naylamp con incrustaciones de jade, y que tenía una altura de 16 pulgadas y pesaba más de 2 libras. Cuando Julio C. Tello observó la majestuosa pieza, supo que tenía que llevarla a un museo. La denominó «Tumi de Oro de Illimo.»

En Enero de 1937, Julio C. Tello retornó a Lima triunfante trayendo consigo al Tumi. Lo entregó a las autoridades pertinentes.

Meses después, el Tumi de oro fue exhibido en el Museo de Antropología y Arqueología, que Tello había fundado en 1919. Desde 1937, la pieza fue admirada por innumerables peruanos que quedaron prendados de ella. Con el correr de las décadas, el Tumi fue transformándose en un símbolo, y se fue impregnando en el imaginario nacional como una muestra de la majestuosidad del antiguo Perú.

El resto es historia.𝔖

Image: Courtesy of photographer Douglas Fernandes

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