César Vallejo es el poeta más importante del canon peruano y una figura estelar de la poesía Latinoamericana. Se han escrito innumerables estudios sobre su vida y obras. Todas ellas hablan sobre su condición de hombre universal que transforma la poesía en profundas reflexiones de vida, a través del humanismo y el indigenismo. Abordando los temas de la libertad, el dolor, la muerte, Dios y la justicia, su pluma es una de las más originales de la lengua castellana.
La Voz del ‘Sentimiento Indígena’
Nacido en Santiago de Chuco, Trujillo, el 16 de marzo de 1892, Vallejo fue el menor de 11 hermanos. Su padre, Francisco Vallejo, y su madre, doña María de los Santos Mendoza, le inculcaron una gran devoción cristiana y deseaban que se hiciese sacerdote. Pero en 1908 el poeta completó la secundaria en la ciudad de Huamachuco y emprendió un camino distinto.
Huamachuco formó el carácter de Vallejo y desveló su interés hacia la literatura. Vallejo escribiría años más tarde “Si Santiago de Chuco me dio la materia bruta, el bloque amorfo, Huamachuco pulimentó aquel bloque y hizo de él de una obra de arte.»
Vallejo formó parte del célebre Grupo Norte, también llamado “Bohemia de Trujillo,» el cual destacaba por sus dotes poéticas, intelectuales y artísticas. El grupo era encabezado por Antenor Orrego, Víctor Raúl Haya de la Torre y Alcides Spelucín, quienes llegarían a ser grandes personalidades de la época. Fue ahí donde Vallejo fue elogiado, al presentar su primer poema, “Aldeana.» En enero de 1916, ese poema fue publicado en la revista “Balnearios” de Lima.
Hablar de César Vallejo es también hablar del Perú. En su diversa experiencia laboral, Vallejo conoce de cerca el sufrimiento de la clase pobre, del indígena explotado. Trabaja primero con su padre en la mina de Quiruvilca, cerca de su natal Santiago de Chuco, donde es testigo de las pésimas condiciones laborales. En 1911 consigue trabajo de preceptor de un hacendado llamado Domingo Sotil, en Cerro de Pasco. Al año siguiente es ayudante de cajero en la azucarera «Roma,» al cual renunciaría después, cansado de los abusos contra los trabajadores indígenas.
Dichas experiencias lo llevaron a versar sobre estas injusticias a lo que José Carlos Mariátegui, en “7 Ensayos de la Interpretación de la Realidad Peruana”, describiría así: “Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra, por primera vez en nuestra literatura, el sentimiento indígena virginalmente expresado.”
Vallejo ejerce también como profesor de primaria y llega a enseñarle a Ciro Alegría, notable escritor indigenista.
En 1918 viajó a Lima para inscribirse en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde estudiaría un doctorado en Letras. Ese año publicó «Los Heraldos Negros,» su primer libro, que obtuvo escasas pero buenas críticas. Esta publicación constituye un hito en la literatura peruana y universal. «Los Heraldos Negros» fecunda el ciclo simbolista y vanguardista en el Perú, rompe las normas del lenguaje, asume los rasgos más netos del sentir indígena y su habla coloquial, y logra condensar la actitud espiritual de un pueblo, de una raza.
“Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
La resaca de todo lo sufrido
Se empozara en el alma… ¡Yo no sé!…”
En 1920, Vallejo es acusado y encarcelado injustamente durante 112 días en la prisión de Santiago de Chuco. Intelectuales en Lima y Trujillo lo defienden en los periódicos. Gracias a su abogado José Carlos Godoy, el poeta fue liberado. Durante su confinamiento escribió el libro «Escalas Melografiadas» que, según los estudiosos de su obra, sirvió de inspiración para la composición de su siguiente poemario. Trilce, su magnum opus, fue finalmente publicado en 1922, y prologado por su amigo Antenor Orrego, ex fundador del Grupo Norte. Poco después, Vallejo emprendería su viaje a Europa, del cual nunca más volvería.
‘Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza. En Vallejo se encuentra, por primera vez en nuestra literatura, el sentimiento indígena virginalmente expresado.’- J.C. Mariátegui
En 1923 César Vallejo viaja a París. En Europa vivió durante los últimos 15 años de su vida y atravesó algunas desavenencias económicas. Se casa con la francesa Georgette Philipard y visita ciudades como Madrid, Budapest, Bruselas, Berlín y Moscú, donde es influenciado por el Marxismo y la lucha por la igualdad de clases. En 1937 asiste al Congreso de Escritores Antifascistas en Madrid.
Vallejo escribe sus tres últimos libros durante su exilio europeo. El primero de ellos “Nómina de Huesos” contiene 41 poemas, escritos entre 1923 y 1936. Más adelante, Vallejo escribió un libro titulado “Sermón de la Barbarie,” para luego completar el poemario “España aparta de mí este cáliz,” en 1938. Muere en París, el 15 de abril, a las 9:30 de un viernes santo.
En 1939 se editan, de manera póstuma, los “Poemas humanos”.
Este año se ha conmemorado los 125 años del nacimiento de Vallejo. El vate más universal de la literatura peruana interpreta todas las nostalgias de una raza. En su pesimismo hay siempre preguntas e inquietudes sobre la condición humana, y la condición del propio Dios, pero no con una mirada agnóstica, sino más bien de reconciliación.
“Siento a Dios que camina
Tan en mí, con la tarde y con el mar
Con él nos vamos juntos. Anochece.
Con él anochecemos. Orfandad
Pero yo siento a Dios. Y hasta parece
Que él me dicta no sé qué buen color.
Como un hospitalario, es bueno y triste;
Mustia un dulce desdén de enamorado:
Debe dolerle mucho el corazón”
Vallejo no es un poeta triste sino más bien pesimista. Y ese pesimismo, aunque tierno, divertido e infantil, se sumerge en el caudal de la piedad humana. Para sus lectores, sus versos encarnan una visión de conciencia social y solidaridad que, aunque trágica, está cargada de un sentimiento que va más allá de la muerte. En el poema “Masa,” por ejemplo, el hombre moribundo revive por acción del amor, y la solidaridad humana es capaz de vencer a la muerte.
“Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo…..
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil,
clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos,
con un ruego común: «¡Quédate hermano!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporóse lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar…”
El carácter reflexivo de Vallejo, su añoranza infantil y su experiencia con la injusticia social se impregnaron en su poesía de forma indeleble. Casi ocho décadas después de su muerte, jóvenes, poetas y lectores de todo el mundo visitan su tumba en el cementerio parisino de Montparnasse para depositarle flores, vino, y también cancha serrana.𝔖