En los últimos meses, los Peruanos se han sentido mas patriotas que nunca. Nuestra clasificación al Mundial Rusia 2018 ha sido motivo para que muchas personas vistan nuestra bicolor, manifestando un nivel cívico que no se ve ni en fiestas patrias. Edificios y casas fueron decorados con nuestra bandera, sin contar los cánticos que se oían en restaurantes, bares y discotecas.
Fue algo extraordinario, y más cuando tu país atraviesa por problemas de corrupción, inseguridad y violencia.
Pero la pregunta es: ¿Cuán identificados estamos con nuestro país?
El Perú tiene incalculables patrimonios culturales, desde Macchu Picchu, las líneas de Nazca hasta el Misti de Arequipa. Nuestra capital, Lima, posee casonas antiguas, estatuas en sus plazuelas y ruinas arqueológicas con alto contenido histórico. Cada una refleja un pedacito de nuestro pasado, lo cual es invaluable para cada Peruano. ¿Pero qué pasa cuando nosotros no le damos ese valor? ¿Qué pasa cuando vemos a nuestras reliquias como algo pasado de moda, y permitimos demolerlo para acoger a la “modernidad”? ¿Dónde está nuestro patriotismo?
Un ejemplo simple ocurrió en marzo pasado. Un grupo de barristas fueron protagonistas de actos vandálicos en Lima, realizando pintas, dañando la infraestructura de la Plaza Francia, el Parque de los Museos y la avenida Garcilaso de la Vega y jirón Lampa. Este suceso se dio después de un partido donde se enfrentaban el Sport Boys y el equipo brasilero Chapecoense. Orlando Anaya, abogado de la Procuraduría Municipal, aseguró que estos hechos serían denunciados ante el Ministerio Público. Y sin embargo, esto no conllevó a buscar soluciones más genéricas.
Esto nos lleva a reflexionar ¿Dónde está el amor a nuestra patria? ¿Dónde está nuestro civismo?¿Se quedó en un partido de fútbol de nuestra selección? ¿A esto le llaman amor a la patria?
Otro caso reciente fue la destrucción del 95% del complejo arqueológico Ventarrón, en Lambayeque, cuyos 4,500 años de historia se esfumaron en segundos. Según los lugareños, la quema de caña de azúcar proveniente de la aledaña refinería Pomalca generó el incendio que dañó a esta reliquia histórica. A pesar de que uno de sus directivos asumió la responsabilidad del incidente, ahora la empresa, pese a las pruebas, niega la autoría del siniestro.
Vaya patriotismo.
Esta negligencia ocurre también en menor grado. A diario, cuando uno camina por los distritos de Lima, se observan grafitis en los monumentos históricos o a gente miccionando en la vía pública. Esto nos lleva a reflexionar ¿Dónde está el amor a nuestra patria? ¿Dónde está nuestro civismo?¿Se quedó en un partido de fútbol de nuestra selección? ¿A esto le llaman amor a la patria?
Cuando hablan de soluciones, la mayoría menciona al tema educativo. Más cursos de cívica, dicen. Cada vez que ocurre algo malo, se acostumbra culpar a las escuelas. Pero también reconozcamos que hay un factor crucial, como la familia, que es nuestra primera escuela.
La familia debe inculcar el respeto, la honestidad y la solidaridad. Los valores familiares permiten que seamos más humanos y conscientes de la realidad en la cual vivimos. En ciertos casos, esta práctica se ha desvirtuado debido al poco tiempo que se pasa en familia. Padres e hijos viven, cada uno en su mundo, haciendo lo que creen conveniente.
Por otro lado, los conflictos éticos relacionados con la pérdida de valores se han confundido con el enfoque en el orden social. Con el fin de inyectar civismo, se ha enseñado a los escolares a desfilar en las calles, vistiendo un uniforme. Sin embargo, esto parece una manifestación de una educación con tradición militarista, pese a que vivimos en una democracia.
El Congreso ha propuesto restituir la instrucción premilitar en las escuelas, con el fin de promover el respeto por el Perú. Un antecedente fue el proyecto de ley presentado por el congresista Juan Requena del partido Frente Independiente Moralizador en el 2005, quien propuso restituir la instrucción militar en los diferentes niveles educativos. Esto sería una forma de contribuir al cumplimiento de nuestros deberes, aunque por otra parte parecería una imposición. Y el amor y el respeto no pueden ser una imposición.
Es importante que asumamos este reto. Desde las familias, las escuelas y las autoridades, hagámonos responsables de enseñar y motivar a las futuras generaciones a profesar un auténtico amor por nuestro país, a identificarnos con todo lo que compone nuestra cultura, tradiciones e historia.
El patriotismo se vive más allá del fútbol.𝔖