Agustín Lizárraga, el Descubridor de Machu Picchu

 

Pese a que no fue terminada de construir, Machu Picchu es uno de los lugares más visitados de América del Sur ya que recibe un promedio anual de un millón y medio de turistas nacionales e internacionales.

Machu Picchu fue explorada por múltiples personajes como Herman Göring (1874), Charles Wienner (1880), Antonio Raimondi (1890) y el cuzqueño Agustín Lizárraga (1902). Sin embargo, el explorador norteamericano Hiram Bingham no sólo se conformó con conocer Machu Picchu, sino que decidió darla a conocer al mundo. Aunque para esto, tuvo que omitir ciertos detalles.

“Hiram lo restauró y lo hizo famoso, pero mi abuelo estuvo primero, y dejó constancia con una inscripción que el propio Bingham borró,” afirma Lucho Lizárraga, nieto de Agustín Lizárraga.

Agustín Lizárraga era un agricultor de clase media, nacido en Mollepata, Ayacucho. A los 18 años salió de su tierra natal para evitar enrolarse en el ejército. Luego, Lizárraga y su hermano se establecen en el valle de Aobamba, en el Cusco. Allí ambos se dedican al cultivo de hortalizas, maíz y granadilla.

Años después, los hermanos Lizárraga se convierten en los mejores agricultores de su zona. Agustín se gana la fama de ser un hombre preparado y ocupa el cargo de ‘Oficial de caminos,’ otorgado por el Ministerio de Transporte. Esta función es desarrollada a la par con la agricultura.

Después, Lizárraga conoce a la familia Ochoa, quienes eran dueños de unas tierras aledañas de lo que hoy es Machu Picchu. Agustín trabajaba para ellos en la hacienda “Collpani”, donde arrienda algunas tierras para el cultivo.

El día 14 de julio de 1902, Lizárraga junto a Enrique Palma, Gabino Sánchez y Toribio Richarte, trabajadores de la hacienda “Collpani,” salieron en busca de tierras nuevas para el cultivo. Caminaron por varias horas entre la maleza, armados de cuchillos que les permitieran abrirse trecho. De pronto, unos muros de piedras los alertaron que estaban frente a un antiguo templo Incaico.

Lizárraga observó asombrado la fortaleza, e intuyó que podría tener un valor importante. Decide entonces dejar una inscripción con su apellido y el año en una de las piedras del “Templo de las Tres Ventanas.”
 
 

 
En 1903, Agustín se había dado cuenta que las tierras de la ciudadela eran perfectas para sembrar. Por eso manda a la familia Richarte a establecerse ahí, quienes luego se encargaron de cultivar verduras y maíz.

Al año siguiente, Lizárraga y la familia Ochoa realizan el primer viaje turístico a la ciudadela de Machu Picchu. La familia del peón Anacleto Álvarez se integra a los Richarte para trabajar las tierras que se encontraban en la ciudadela Inca.

En 1911, un joven delgado y un tanto larguirucho llegaba a tierras arequipeñas en búsqueda de fama. Se llamaba Hiram Bingham, y había estudiado y trabajado en la Universidad de Yale. Realizó su primer viaje a América del Sur en 1906, con el propósito de estudiar la gesta libertadora de Simón Bolívar. Pero luego abandonó ese propósito al descubrir su pasión por la exploración.


‘Hiram lo restauró y lo hizo famoso, pero mi abuelo estuvo primero, y dejó constancia con una inscripción que el propio Bingham borró. Nosotros tenemos la obligación de que la historia reescriba de una vez por todas su nombre. Agustín Lizárraga es el verdadero gran descubridor.’


Bingham se propuso explorar América del Sur, en una época que éstas eran consideradas tierras vírgenes. Su afán de fama y reconocimiento lo impulsó a querer escalar el Monte de Coropuna, en Arequipa. Sin embargo, Bingham se enteró que alguien se le había adelantado al llegar a la cima, y decidió abandonar la expedición.

Fue así que Bingham se unió a una expedición que se dirigía a unas construcciones Incas ubicadas en Choquequirao. Este viaje tenía como finalidad encontrar la ciudad perdida de los Incas, donde el último Inca se había enfrentado a los españoles. En realidad, Bingham sostenía que dicha ciudad perdida se encontraba en otra región.

En la helada mañana del 24 de julio de 1911, Bingham viajó al Cuzco. Para esto, el explorador le había pedido a Melchor Arteaga, amigo de Lizárraga, que lo guiara hacia la famosa ciudad de piedra. Cuando Arteaga se rehusó a salir por el gélido clima, Bingham le ofreció unas monedas. Arteaga aceptó.

Melchor iba dirigiendo el camino, mientras Bingham caminaba acompañado por el sargento Carrasco. Durante el recorrido, cruzaron el río Urubamba con la ayuda de un frágil puente de madera construído recientemente. Bingham se sentía aterrado por lo peligroso que era el camino, agarrándose de lo que encontraba a su paso. Al iniciar la subida a la cuesta, el clima de la ceja de selva ocasiona cansancio en los viajeros.

Para su suerte, una choza ubicada en las cercanías les permitió descansar. Allí se encontraban la familia de Richarte y los Álvarez, quienes le ofrecieron un poco de agua. Toribio Richarte y Anacleto Álvarez les informaron que llevaban años viviendo en esa zona, trabajando las tierras de cultivo. En eso, Melchor, quien se sentía agotado, ordenó al pequeño Pablo Richarte que continuará con el guiado.
 
 

 
Bingham, el sargento y el niño subieron hacia lo más alto de la ladera. La vista impresionante les permitió ver casas y construcciones elaboradas con granito y piedra, como también rastros de andenes. Pero sobre todo, reconocieron una pared con tres ventanas en forma de trapecios. Allí Bingham encontró una inscripción que decía “A. Lizárraga 1902”. Este dato fue anotado por el extranjero en su diario de viaje.

Hiram Bingham tomó fotografías de las ruinas y del Templo de las tres ventanas. Recorrieron la ciudadela aproximadamente por cinco horas. Luego de realizar la recopilación del material, Bingham regresó a la ciudad del Cusco.

“Cuando Hiram Bingham llegó en 1911 guiado por Melchor Arteaga y vió el nombre de Agustín Lizárraga en la pared, lo tomó como una broma. Pero luego pasaron los meses y comenzó a pensar: ‘Esa inscripción me está molestando”, dijo el sobrino nieto Rómulo Lizárraga.

Bingham tomó fotografías de Machu Picchu y del templo de las tres ventanas cuando la inscripción ya estaba borrada. Regresó a la Universidad de Yale para mostrar el material, sin que descubrieran algún detalle que le impidiera ser aclamado como el descubridor de Machu Picchu. Tuvo suerte, ya que no solo consiguió el apoyo de la Universidad de Yale, sino también el auspicio de la National Geographic Society de Washington.

En 1912, Bingham regresó al Cusco con un grupo de exploradores para realizar su primera investigación. Durante esta expedición, geólogos, arqueólogos, ingenieros y topógrafos ayudaron a limpiar la ciudadela para realizar un mejor estudio.

En ese mismo año, Agustín Lizárraga muere ahogado en el río Vilcanota y su cuerpo no fue hallado. Algunos afirman que al momento de cruzar el río, resbaló y fue llevado por la corriente.

Antes de su tercera expedición, Hiram Bingham se reunió con el presidente Leguía para obtener el permiso de trasladar las piezas arqueológicas para analizarlas en Estados Unidos por un período de 18 meses. Concluído el permiso, Bingham debía devolverlas al Perú.

Pero en realidad, la devolución nunca se cumplió. Cerca de 46 mil reliquias, entre cerámicas, vasijas y huesos permanecieron en Estados Unidos por más de un siglo.

En el 2012, un año después del centenario del “descubrimiento” de Hiram Bingham, la Universidad de Yale devolvió estos tesoros al Perú, luego de un largo proceso judicial con el estado peruano.

Actualmente, estas piezas son exhibidas en la “Casa Concha” en el Cusco.

No obstante, la repatriación de las reliquias no excluye la injusticia que la historia cometió con Agustín Lizárraga y otros personajes que llegaron antes a la ciudadela Inca. Aunque estos no lo hayan reclamado, su reconocimiento sería una forma de agradecerles por preservar Machu Picchu cuando pocos sabían que esta fortaleza existía.𝔖