Aunque la prostitución ha sido por siglos un tema tabú en la historia peruana, causando marginación a las mujeres dedicadas a este oficio, el meretricio surgió desde los primeros albores del Imperio Incaico. Pese a ello, son pocos los cronistas que tocan este tema, debido a que consideraban a los Incas como una sociedad regida por valores éticos y morales.
Pero en lo que a sexo se refiere, dichos valores éticos y morales eran sólo un mito. Los Incas fueron una sociedad que no tenía tabúes con respecto a su sexualidad. Lo mismo que los Moche en su tiempo, los Incas también fabricaron cerámicos con escenas eróticas.
El cronista Guamán Poma aseguraba desconocer la existencia de prostitutas en el Incanato. Pero admitía que los miembros de la nobleza tenían un comportamiento libertino. Un jesuita y cronista anónimo de la época refirió: “A tanta disolución necesariamente se ha de seguir una corrupción de vicios, particularmente de lujuria… no se respetaban parentescos de línea recta, de consanguinidad ni de afinidad, y que llevaban sus prácticas a tanto que el nefando se usaba, y que los niños no aguardaban ni siquiera la pubertad”
Tamaño libertinaje obligó a que los Incas regularan las relaciones personales, estableciendo normas que regulaban su comportamiento. Es por ello que implantaron a las llamadas “Pampayrunas”, que eran un grupo de mujeres que ejercían la prostitución, bajo ciertas reglas que decretaba el gobierno Inca.
La palabra “Pampayruna” viene del idioma quechua pampa (Plaza o campo) y runa (gente), conociéndose como las mujeres que procedían o vivían en el campo. Estas mujeres vivían aisladas del pueblo, en pequeñas chozas en las afueras de las ciudades.
Las Pampayruna también tomaron el nombre de “Mujeres públicas.» Eran generalmente prisioneras de guerra, tomadas a la fuerza por el estado Inca para ejercer el meretricio, alejándolas de sus familias y de su propia identidad. Algunas de ellas fueron víctimas de violaciones y encerradas en contra de su voluntad.
«No la ejercían por propia voluntad… los propios gobernantes del Tahuantinsuyo mantenían una actitud esclavista sobre estas mujeres”, asegura Waldemar Espinoza, historiador cajamarquino.
Las Pampayrunas eran impuestas para evitar que los varones del Imperio se relacionen con mujeres casadas o cometan violaciones.
El Inca Garcilaso de la Vega refirió: “Se permitía que en semejantes juntas de borracheras y bebidas viniesen las mujeres rameras o solteras que no fuesen vírgenes ni viudas, o las mancebas o mujeres legítimas de cada uno, y en casas o escondrijos, que por allí había muchos, cometiesen fornicaciones y torpezas, porque cesasen los incestos, los adulterios y estupros y nefandos..”
El oficio de la pampayruna generaba el repudio de los varones, quienes las trataban como seres inferiores y sin derechos. Las mujeres del reino estaban prohibidas de cruzar palabra con cualquiera de ellas. Por ello, las viviendas o prostibularios debían ser construidas en zonas alejadas del centro de la ciudad.
Durante el gobierno de Pachacutec se estableció un reglamento que controlaba el comportamiento de las mujeres públicas. Este estipuló un pago a cambio del servicio sexual, a través del trueque o intercambio de un bien material o alimento, única forma de pago de la época. El pago que recibían era estipulado por el cliente, y debían aceptar a cuanto hombre se les acercara, lo que les llevó a obtener también el nombre de “Mitahuarmis” o mujeres de turno.
Por otro lado, las pampayrunas no podían casarse sin el consentimiento del Inca. Si ellas rompían esta regla, su matrimonio no era validado y no eran reivindicadas socialmente.
La desobediencia de estas normas condenaba a estas mujeres a ser rapadas públicamente. Pero el castigo no sólo se limitaba a ellas. A los varones casados que intimaban con ellas, se les castigaba con amarrarlos de pies y manos, para luego ser juzgado por los parientes de su esposa.
‘El pago que recibían era estipulado por el cliente, y debían aceptar a cuanto hombre se les acercara, lo que les llevó a obtener también el nombre de “Mitahuarmis” o mujeres de turno.
Las pampayrunas también eran útiles en las campañas de guerra, pues acompañaban a los guerreros Inca durante los tiempos de combate. A pesar de su servicio, vivían humillaciones y privaciones. Si estas salían embarazadas los niños pasaban a cargo del estado, con la finalidad de proteger su integridad. Estos bebes eran llamados “los churi o hijos del común,” debido a que se desconocía la procedencia del padre.
«Era un servicio sexual obligatorio y los niños que nacían de esas relaciones eran cuidados por la familia del Inca. El Estado se hacía cargo de ellos hasta sus 14 años,» sostenía Carmelo Corzón Medina, investigador boliviano, basado en los testimonios de cronistas y documentos del archivo de Indias.
El estado llevaba a los niños con las mamaconas, que eran mujeres estériles que se encargaban de su cuidado y educación. Con esta acción también se buscó el anonimato de sus progenitoras. Dicho anonimato permitió que los bebes fueran dejados por las madres debajo de los puentes, para que luego fueran recogidos y llevados a los orfanatos. En caso las pampayrunas fueran descubiertas, se obligaba al testigo a callar sobre el orígen del bebé.
Cuando los churi crecían se dedicaban al cultivo de la coca, labor que exigía mucho esfuerzo físico, pero que les permitía subsistir.
Para evitar quedar embarazadas, las mitahuarmis o las pampayrunas se cuidaban con plantas como el molle o la flor de chicoria. Esta forma de anticonceptivo era preparado como agua de tiempo, para ser bebido antes de acostarse.
No hay datos sobre la vejez de estas mujeres, sin embargo, se presume que su final estaba sumido en la soledad y la desdicha a la cual fueron condenadas.
Prostitución Masculina
Por otra parte, la prostitución no sólo fue exclusividad de las mujeres en el Incanato, debido a que la homosexualidad fue común en aquella época. Los hombres dedicados a este oficio también eran denominados Pampayruna.
Fray Gregorio García relata sobre la existencia de prostíbulos en el Incanato, mientras que el cronista indígena, Juan de Santa Cruz, afirma que durante el reinado del Inca Lloque Yupanqui se criaban jovencitos específicamente para realizar este oficio. Estos pampayruna vivían en el templo vestidos con prendas similares a las mujeres del Imperio.
Hay una leyenda que narra respecto a la existencia de la prostitución de varones. Se dice que un noble acudía continuamente al templo en busca de los servicios de un pampayruna, y en una de sus visitas se enamoró de un jovencito. Este amor se convirtió en una obsesión, haciendo uso de sus bienes para alquilar el templo exclusivamente para él, y así evitar que el joven se acostara con otro.
A diferencia de las mujeres, los pampayruna masculinos eran tratados con ciertos privilegios, y gozaban de popularidad en el Imperio. Por ejemplo, además de permitirle vivir en los templos, el pago que ellos recibían era mayor al de una pampayruna mujer. También podían ser comprados para el uso exclusivo de un noble, como fue el caso de Cie Quich, rey del valle y los dominios Moches.
Era notable la preferencia que existía entre los pampayrunas mujeres y varones. Mientras ellas eran maltratadas y juzgadas como una lacra de la sociedad, ellos gozaban del respeto de los nobles.
Pese a la marginación, la prostitución fue un componente importante de la sociedad Inca, establecida con el fin de evitar depravaciones. Sin embargo, la forma de haber sido impuesta generó el infortunio de las mujeres condenadas a realizarlo.𝔖