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La Paisana Jacinta y otras Miserias del Humor

El humor subdesarrollado

 

Hemos leído mucho sobre la Paisana Jacinta. La imitación del cómico Jorge Benavides provocó mucha controversia. Varios críticos lo acusaron de crear una parodia en la cual el racismo, el clasismo y la misoginia se celebraban de manera cínica y agresiva. Por ello, defensores de los derechos indígenas intentaron boicotear los sketchs cómicos y el estreno de la película de la Paisana Jacinta el año pasado.

El debate fue feroz. Algunos acusaban a Benavides de promover un racismo disfrazado de «arte.» Otros en cambio defendían la libertad individual del ciudadano, propia de una democracia, para mofarse y ridiculizar a cualquiera.

Aunque los apologistas de Benavides lo excusaban con razones como el de la ‘libertad de expresión,’ lo lamentable es que dicha ‘libertad’ se ejercía popularizando un estereotipo racista. Según sus defensores, el intento de boicotear el estreno de la película de Jacinta fue terrible. Aseguraron que se trataba de un acto de tendencia autoritaria, pues haciendo las sumas y restas, el objetivo crucial es el de preservar la libertad de expresión.

Se produjo un debate interesante. Y sin embargo, pocos o casi ninguno señaló que la Paisana Jacinta es sólo producto de nuestra subdesarrollada cultura humorística. Jacinta es sólo fruto de una tendencia que se fue tejiendo desde decadas atrás, y que fue solidificándose por nuestra coyuntura política.
 
 

 
El humor sirve como un factor moderador o válvula de escape en toda sociedad. Lo mismo que los periodistas y los intelectuales, una de las funciones del cómico es la de revelar la verdad y las contradicciones que atañen al poder, pero haciendo uso de un tono irónico. En toda obra artística, el bufón o payaso fue siempre un personaje excluído y desarraigado, pero con la integridad suficiente para desenmascarar las mentiras que rigen a una sociedad. Sin ir muy lejos, en la tragedia de El Rey Lear de Shakespeare, el inocente bufón fue el único cortesano que le revelaba al Rey todas las verdades que los demás intentaban esconder. Sea como fuese, el bufón desaparece misteriosamente a mitad de la obra. Luego el Rey Lear, antes de morir y maldiciendo sus tragedias, lamenta la desaparición de su bufón.

Esta metáfora se podría aplicar al Perú y a cualquier otra nación: Si deseas conocer su estado moral y político, analiza a sus comediantes más populares.


‘La tarea del humorista es la de elevar al individuo, de poner aspectos de su vida en un contexto crítico y hacerlo reflexionar. Pero los intereses del poder siempre se enfocaron en lo opuesto: idiotizar al individuo con un humor superficial.’


Analizar la comedia Peruana es una tarea desconsoladora. En las últimas décadas, el humor televisivo se enfocó en la mera tarea de entretener. Como lo dijo alguna vez el gran Sofocleto, la tarea del humorista es la de elevar al individuo, de poner aspectos de su vida en un contexto crítico y hacerlo reflexionar. Pero los intereses del poder siempre se enfocaron en lo opuesto: idiotizar al individuo con un humor superficial.

El programa humorístico Risas y Salsa, por ejemplo, difundió un humor simplista por casi dos décadas. En el segmento de «La banda del Choclito» siempre se escuchaba al narrador mofarse de los miembros de la banda. Ridiculizaban el comportamiento y el físico de todo personaje. No es que esto fuera contraproducente. Pero la tendencia del humor peruano se enfocó en mofarse de la idiosincrasia de los más débiles, de los personajes desarraigados, de los hombres de la calle. ¿Y acaso no hicieron lo propio con los políticos y los poderosos? Sí; pero lo hacían de manera superficial. Se burlaban de su físico, de sus manerismos pero, Dios no lo quiera, jamás tocaban aspectos candentes como su gestión, sus negocios oscuros o la corrupción. Los comediantes y empresarios televisivos querían evitarse problemas con los gobiernos de turno. Y bajo esta confluencia de intereses, el único perjudicado fue el público.

Este ambiente represivo y servilista del humor Peruano fue la norma. No sorprende entonces que los genios humoristas como Sofocleto fueran encarcelados o exiliados. Y que tiempo después, a los insípidos imitadores de Fujimori (prestos a ridiculizar su voz pero jamás su conducta) se uniera el circo de los cómicos ambulantes. Los cómicos callejeros acabaron por sepultar la comedia peruana con un humor chabacano, machista, y grosero.

En democracias avanzadas como la estadounidense y la británica, existen cómicos que no temen restregarle la verdad a los poderosos. Difunden un humor de crítica social que enaltece al individuo, y que no se afana en humillarlo. Hace poco, la comediante norteamericana Michelle Wolf dijo en una función de gala que Trump era un racista y un mentiroso, y también mencionó sus relaciones sexuales con una actriz porno. Esto no habría causado conmoción sino fuera por que su público estaba enteramente compuesto por congresistas, funcionarios y los voceros mas allegados a Trump.

Al comparar un comediante estadounidense con uno como Jorge Benavides, se percibe un gran abismo que divide al humor de calidad con el humor subdesarrollado, al humor inteligente con el humor idiota y abusivo, y al cómico profesional con un triste humorista ignorante. Y es que en asuntos de humor, el Perú aún tiene rasgos de provincialismo y atraso.𝔖

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